martes, 27 de diciembre de 2016

¿Tiempos festivos?



Apenas comienza el mes de diciembre, un aire festivo circula por la calle, la televisión y las redes sociales. Las vidrieras se pintan de colores navideños y en la decoración predominan las campanas, los regalos y las diferentes figuras de Papá Noel.
Hay que admitir que las mejores propagandas de navidad fueron hechas por The Coca Cola Company, en la medida de que contagian esas ganas de disfrutar y querer hacer cosas divertidas.


Pero las fiestas no son tan divertidas para algunas personas, suele ser inevitable caer en cierta nostalgia al momento de brindar o de hacer balances sobre el tiempo trascurrido.
Cada año que pasa hay personas que ya no están en la familia, pero también hay personas nuevas, que entran en la vida para darle color y fuerza.
Ser objetivos, y pensar que el 24 de diciembre es un día más, es muy difícil considerando la complejidad de la mente humana. Los tiempos subjetivos no son los tiempos del almanaque sino que son tiempos llenos de afecto e historias singulares.
Lo que cuenta, no es el transcurso de los días o las horas, sino la forma en que los momentos fueron vividos, sentidos y registrados por cada uno.
Por otro lado, los momentos importantes casi siempre involucran a otros, sea como testigo, compañero o co-protagonista de la situación.
Aunque ya es sabido que no hace falta un banquete de comida y bebida, en navidad y año nuevo queremos innovar y estar reunidos en un permitido exceso. Pero a pesar del exceso y la alegría que hace al contexto navideño, hay personas que se entristecen por que las reuniones ya no son las mismas, porque la familia va cambiando a lo largo de los años, porque los niños crecen, porque algunos seres queridos se van, porque se van formando nuevas familias.
La nostalgia es un último intento desesperado por recuperar lo perdido, pero al precio de olvidar lo ganado en el presente. Lo cierto es que ningún tiempo puede ser realmente festivo a menos que se permita el ingreso de las cosas nuevas, diferentes, pero no por eso menos interesantes y agradables que las cosas viejas.
El escenario festivo de fin de año genera toda una serie de ilusiones no tan agradables, ilusiones que se acompañan de una marcada invitación al consumismo y las compras compulsivas. Claro que uno está en condiciones de elegir que va a comprar y cuanto puede gastar, pero más allá del dinero lo que se genera es la sensación de pasividad e incluso de obligación: hay que reunirse, hay que comprar, hay que disfrutar. ¿Cómo es que disfrutar se vuelve un deber?, tal vez sea un lema de nuestra época “sé feliz”, “come sano”, “progresa”, etc.
Lo que resulta importante es tener en cuenta que la angustia en épocas festivas no siempre se relaciona con momentos del pasado que no pueden reproducirse, sino con ideales desmedidos de felicidad.
Hay momentos simples que pueden transformarse en una verdadera fiesta, siempre y cuando cada uno sepa que tiene que poner algo de sí para inventar el momento, y disfrutar del  tiempo a su manera.

jueves, 11 de agosto de 2016

La potencia del acto

¿Qué es un acto?.
Las acepciones de la palabra acto remiten a la acción, a una celebración pública y solemne. En filosofía un acto es “lo real, lo que es determinación o perfección de la potencia” (Diccionario de la Real Academia Española). Acciones hay muchas, y generalmente no tienen mayor pertinencia, pero los actos que una persona gestiona durante su vida se pueden contar.
El acto como perfección de la potencia es un momento gestionado por un sujeto activo, que marca una antes y un después en la vida. Aquel que comete su acto no solo es activo, también está sumamente despierto y decidido a realizar su apuesta.
Por más que el ser humano busque certezas y se las ingenie para evitar el azar lo máximo posible, todo acto es una apuesta en tanto solo sabremos si fue lo correcto cuando haya ocurrido.
Muchas personas se preguntan: “si yo quiero hacer esto ¿porqué no lo hago?”. Digamos que somos seres complejos, atravesados por múltiples palabras, recuerdos, afectos y contradicciones.
Un acto suele implicar cambios más o menos notorios pero en todos los casos tendrá consecuencias. Incluso cuando se trata de situaciones que hemos querido por largo tiempo, no es sencillo soportar las consecuencias.
Entonces, un acto que es significativo para alguien normalmente genera temores e inquietudes previo a realizarse. Ese destello de nerviosismo, la serie de palpitaciones sorpresivas, la tormenta de ideas acerca de lo que puede llegar a pasar en el momento mismo del acto, se deben a que eso que está por hacerse es de suma importancia, es “determinante de la potencia” dirían los filósofos.
Aunque conscientemente se quiere lo mejor para la propia existencia y la de los seres queridos, nuestra naturaleza siempre deja traslucir esa veta masoquista y regrediente, que lleva a dudar, culparse y vacilar respecto de lo que verdaderamente quisiéramos hacer.
¿Quién no ha fantaseado con lograr un objetivo sin pagar por ello?.
Para citar algunas situaciones corrientes: “quiero recibirme de médico pero que la carrera dure tres años”, “quiero tener un hijo pero seguir teniendo la vida de siempre”, “quiero tener un cuerpo divino sin hacer nada para ello”, “quiero ser millonario sin tener que trabajar”, y la lista puede seguir cuanto ustedes quieran.
La verdad es que no pueden obtenerse grandes cosas con pocos movimientos. Aquí surge una proporción que, se la respete o no, siempre funciona: a grandes cambios, grandes movimientos. Lo grande no necesariamente es “grande” para todo el mundo, depende cómo lo vive cada quién. Los grandes movimientos pueden tener que ver con el tiempo, o bien con el esfuerzo, o bien con la persistencia.
Las postergaciones, las inhibiciones, los temores desmedidos suelen detener el acto y a veces pueden llevar a renunciar a un porvenir precioso. El deseo es algo que complica y facilita la vida a la vez, ya que es algo molesto hasta tanto no se materializa de alguna manera concreta. Pero una vez que un deseo auténtico logra encarnarse en acto, casi todas las cosas resultan más fáciles de transitar.
Dadas las circunstancias, puede que alguien quede detenido entre la idea y el acto, sin poder dar el paso necesario para saltar a otra cosa. A este salto se debe la incomodidad en cuestión. Como suelen decir en nuestros días, “hay que salir de la zona de confort”, no sé si siempre hay que salir, tal vez solo haya que hacerlo cuando ese cambio conlleve una mayor comodidad.
Por otra parte, los actos siempre se acompañan de un decir que los sostiene, pero no ocurre lo mismo a la inversa, ya que se pueden decir miles de cosas sin que existan actos adecuados a lo que se dijo. Por ejemplo, si digo “te amo, quiero estar con vos”, aquello que digo solo vale si encuentra su materialización en los actos. Tal es así que “a las palabras se la lleva el viento”, salvo que se las escriba con letras o con actos.
Volviendo al acto como apuesta, cuando alguien hace su apuesta se presenta allí donde es llamado: en tiempo y forma. Y es llamado por su propio querer.
Cuando un acto se vuelve necesario, las voces del deseo suenan y resuenan en cada cosa cotidiana, ¿Por qué no hacerle un lugar a aquello que no deja de insistir bajo múltiples formas?.

Muchas veces, poder escucharse es el primer paso para gestionar el acto. Tal como dijo J. Lacan, aunque la angustia amenace, “solo la acción quita a la angustia su certeza”.

miércoles, 27 de julio de 2016

Alta Fidelidad

Hubo momentos importantes en mi vida en donde no recuerdo haber estado ahí. Fueron momentos lindos, pero las preocupaciones me llevaban hacia otro lugar desde donde me contemplaba a mi misma como alguien que hacía bien las cosas.
Pero si recuerdo estar ahí cuando estuve con Daniel.
Salvo esa noche, el resto de las veces yo estaba ahí como nunca había estado. Incluso recuerdo el esfuerzo que hacía por contenerme, para que con cada palabra no se me fuera el alma.
Normalmente estaba llena de ideales, deberes, prejuicios y moral: el bien y el mal, lo que se debe y lo que no se debe. Con Daniel, nada funcionaba, literalmente no me importaba nada más que estar con él.
Era como una cuestión de vida o muerte, un beso era un mundo, “con vos todo o nada” le había dicho, y era así, porque no podía ser de otra manera. Claro que eso no es para cualquiera.
Pero a él le gustaba tenerme colgando de un hilo transparente que podía cortarse en cualquier momento. A él le gustaba saber que yo estaba, aunque prefería pensar que yo era una chica inalcanzable.
Me tuvo varias veces, pero igual se empecinaba en no tenerme. Hasta puedo decir que yo fui una fantasía necesaria para que él pudiera tener a otras mujeres.
Pero esto es demasiado complicado, tanto que ni siete psicólogos pudieron sacarlo de mi cabeza, y menos de mi corazón. Desde el principio fue una batalla perdida, era como querer separar a la música del oído...
Yo conocí la música gracias a mi padre. Él tenía un equipo de audio con grandes parlantes de madera que en la parte superior llevaban escrito “Alta Fidelidad”, es lo que también se denomina Hi-Fi. Siendo niña, no tenía la menor idea de lo que eso significaba, no lo supe hasta que conocí a Daniel.
Yo tuve una vida, tuve experiencias llenas de colores, tuve amores que supe disfrutar; pero él no se compara, lo que yo siento por él tampoco. Digamos que pasa por una cuestión calidad. Es Alta Fidelidad porque no hay mejor sonido que ese, no hay mejor sensación, porque se mezclan ilusión con realidad en las dosis justas.
Pase lo que pase, esté con quien esté, haga lo que haga esa es mi condena: serle fiel.
Ya lo sé, es una fidelidad tonta porque no es recíproca, pero mi amor por él es peor, porque es amor a un vacío, a una falta de respuesta; es amor a un cuerpo que no me busca más que en sueños.
Por experiencia pude comprobar que hay cosas que la razón no resuelve, aunque intente borrarlo de mí, siempre le seré fiel.
Le seré fiel como el pincel al óleo o como el libro a la escritura. Es una fidelidad como la que el mar le tiene a las olas, como la fidelidad que las raíces le tienen a la tierra...
Pero no quiero seguir haciendo comparaciones, porque este amor no se compara con nada, ni el sonido más envolvente podría traducir un amor así, de alta calidad.

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jueves, 30 de junio de 2016

Decir que no


A pesar de que la corriente cultural de nuestros días promueve el pensamiento positivo, no siempre hay que decir que sí. Pensar en positivo significa saber decir que no cuando es necesario. De hecho, solo en un sentido ideal puede hablarse de positivo y negativo por separado, ya que al decir que sí a una situación, simultáneamente se le dice que no a otras.
A veces, surgen situaciones en donde es difícil discernir si aquello que los demás piden es más o menos acorde con lo que cada quien quiere hacer. Hay momentos en donde determinado pedido, situación o relación no coincide con lo que la persona quiere, y a pesar de eso no puede decir que no.
Los ideales, los miedos, las inseguridades en muchas ocasiones colaboran para sostener circunstancias que son verdaderamente insoportables. A costos muy elevados, la situación desagradable permanece agravándose con el paso del tiempo. Es necesario reconocer una paradoja humana: decir que sí al sufrimiento es más sencillo que decir que sí al bienestar. ¿Acaso al ser humano le gusta sufrir?.
En realidad, es difícil decirle que no al sufrimiento porque esto implica apostar al bienestar, con los movimientos que esta apuesta requiere. Decir que no, es introducir un límite que demarca un terreno posible de habitar para cada persona. Por lo tanto, no es el sí lo que conlleva el no, es a partir del no que surge el sí por añadidura.
El campo de las relaciones muestra las dificultades que aparecen cuando es tiempo de decir que no y esta negativa no se produce. El problema que surge aquí es que sin el límite no surgen nuevas oportunidades de placer y satisfacción.
En el caso particular de las relaciones amorosas, la cuestión se complica porque hay más de una persona involucrada. Los actos que acompañan al hecho de decir que no suelen implicar grandes modificaciones (económicas, sociales, geográficas, anímicas) que inevitablemente provocan miedo, pero no necesariamente parálisis o resignación.
¿Cuándo es preciso decir que no?

·        Cuando el sufrimiento es algo “normal”.
·        cuando hay insatisfacción sostenida.
·        cuando existe maltrato físico, simbólico o emocional.
·      cuando la persona se siente muy desfasada entre lo que tiene y lo que quisiera tener.
·   cuando, en pos de sostener la situación actual, se renuncia a cosas, proyectos o acciones valiosas que la persona quisiera conservar.
·     cuando la situación imperante implica pérdida de dignidad, identidad o autonomía.

Aunque “decir que no” responde a cuestiones muy amplias, en la mayoría de los casos se esconde una verdad imposible de descuidar: hay que decir que no cuando el deseo no está allí.
Para ponerle un límite a lo intolerable resulta imprescindible detectar el malestar, des-naturalizando el dolor, la agresión y las ideas que impiden el simple placer de vivir.

El placer de vivir tiene su precio, pero nunca es tan costoso como el sufrimiento.


miércoles, 1 de junio de 2016

Saber soltar


Si hay algo que resulta fácil en la vida es aferrarse a las personas, objetos o ideales.
Las dificultades surgen cuando llega el momento de soltar aquello que ya no podemos conservar.

Proveniente del verbo solvere, la etimología de la palabra soltar remite a la libertad y la absolución.
A la hora de soltar algo significativo, suele presentarse el conflicto entre el amor hacia otro y el amor propio, ya que si elijo el amor a lo perdido, el amor propio disminuye. Si decido preservar la propia integridad, una parte del amor hacia el otro se pierde.
Hay distintas situaciones en donde se hace necesario soltar:

·   Cuando una persona amada se ha ido
·   Cuando estamos con alguien que nos hace daño
·   Cuando ciertos ideales producen conductas  autodestructivas
·   Cuando un vínculo genera inestabilidad afectiva
·   Cuando una etapa de la vida ha finalizado
·   Cuando es momento de tomar una decisión importante
·   Cuando ocupamos un nuevo lugar en la familia 
    o la sociedad

En estos casos, deben soltarse diferentes cosas, pero el mecanismo que opera es el mismo. Cuanto más hemos amado, más doloroso será el acto de soltar ya que con el objeto que soltamos, una parte de la propia existencia se pierde. Pero mucho peor es el tormento si es tiempo de soltar y este acto se hace imposible, ya que en vez de perder solo una parte de nosotros mismos, se corre el riesgo de perdernos por completo.
Cuando es muy difícil soltar, queremos retener algo que ya se ha ido, y esta retención siempre tiene consecuencias que generan sufrimiento en el cuerpo, las relaciones, los pensamientos, los sentimientos. Pero el problema mayor de no aceptar las pérdidas es que, de este modo, no ganamos nada. Poniendo como ejemplo las etapas de la vida, para ser un adulto y gozar de la independencia que esta etapa conlleva, es imprescindible soltar la adolescencia. Es una especie de ley subjetiva: no hay ganancias sin pérdidas.
Tal como dijo J. Lacan, los seres humanos tienen el poder de retener o inventar. Cuando el momento de soltar se acerque, será cuestión de apostar a la invención, y a las posibilidades de ganancia que aparecen cuando dejamos de retener lo perdido.






viernes, 27 de mayo de 2016

Los números no saben bailar

No me pasa nada. Nada más que sentirme inservible.
Esta sensación es nueva, y existe desde que trabajo en este lugar lleno de números.
Lo que debería ser una oportunidad para mi futuro, se transforma de a poco en una tabla de medida de mis propias capacidades, una tabla que va marcando que no sirvo para esto.
Quiero hacerlo bien porque me corresponde, se supone que me pagan por eso, pero lo que tengo que hacer no me importa en lo más mínimo. Quisiera ser más abierta y poder interesarme por lo que no me importa, pero solo quiero irme a hacer lo mío.
Solo Dios sabe que es “hacer lo mío”, si es que lo mío existe.
Pienso en esto como si eso me ayudara  a calmarme, a volver al planeta. Ya no me encuentro allí en donde solía estar, tan segura, tan decidida, yendo siempre para adelante. Lo que pasa es que no termino de ubicarme en mi nuevo trabajo.
Si. Siempre fui débil para estas cosas, quiero decir, para los números. Siento que me estoy esforzando en sobremanera, que estoy haciendo el esfuerzo más grande de mi vida porque estoy en un lugar en donde no tengo idea de casi nada, no se quién es quién, que se hace en ciertos casos…solo quisiera saber que se hace para hacerlo y que todos se callen.
Soy más débil de lo que parece porque descubrí que enseguida ya me desespero. Cuando surge algún inconveniente quiero salir corriendo, irme a no se que lugar seguro y placentero en donde no soy una estafa.
Quisiera no ser así, tan exigente, o infeliz que es lo mismo.
No es ninguna novedad, se dan cuenta que estoy sufriendo, a pesar de que trataba empecinadamente de disimularlo y mostrarme contenta. No, a mi trabajo no lo hago con los ojos cerrados si eso es lo que se pretende de mí. Tampoco me place ir al banco para hacer las transacciones y sentir la ansiedad de volver a mi casa porque el tiempo me corre.
Por lo visto no solo pretenden que yo “cumpla” (palabra que odio) con mis labores, sino que también tengo que estar conforme con lo que hago, contenta, feliz y relajada.
Presiento que se me está escapando algo muy importante y no se que es, jamás me pasó el no darme cuenta que hice algo mal y que se dieran cuenta los otros. Es como si tuviera un velo en los ojos que no me permite ver el sentido común. De lo que hay o no que hacer, cuando, cómo. La cuestión es que me siento cada vez peor, como perdida, desganada y sin sentido. Debería ser más simple: ir a trabajar, hacer lo que tengo que hacer y callarme la boca.
Como negar el hecho de que estoy desfasada, yo no soy la que habla por teléfono con los proveedores, la que va hasta allá y se encarga de abrir y acondicionar el lugar antes de que lleguen los clientes, no soy yo la que calcula los gastos semanales, de a poco me fui yendo a otra parte.
Me gustaría saber que es lo mío, pero no tengo energías para buscarlo. Este trabajo me fue consumiendo la mente, el tiempo, el ánimo. No lo pude evitar, estoy todo el día preocupada por lo que tengo que hacer al otro día, ya que siempre se me acumulan demandas que no logro satisfacer.
No, claro que no nací para esto, mi pensamiento no es numérico.  Claro que tengo otra mente, claro que no me gusta, claro que me es terriblemente difícil, pero esa es una solución facilista. La pregunta es si quiero seguir perdiendo lo mejor de mi o no, si vale la pena romperme los sesos y llorar como una nena todas las tardes, odiar los domingos y si, es cierto, no poder disfrutar de absolutamente nada de lo que tengo.
Al principio era solo para hacer algo de dinero, se suponía que eran solo 4 horas cuando en realidad son 6 o 7. Después se transformó en cualquier cosa, empecé a volverme loquita, a tener mucho pero mucho miedo de todo, las facturas, los informes, los clientes, los horribles mensajes de mi jefa en el escritorio que son casi ilegibles. Porque no se de lo que hablo, no se con quien hablo. Se me preguntan cosas que yo jamás pude haberlas aprendido. No tengo la menor idea de lo que es un cloro activo; y es cierto, debería atender alguien que sepa del tema.
Lo mismo sucede con los números, los registros incomprensibles que llevaba la empleada anterior, los manejes económicos que yo no entiendo, esas becas que no se a que período corresponden, esos proveedores que exigen transferencias todo el tiempo y no te avisan nada.
A eso se le suman 20 personas que demandan atención, que hagas llamados, que reintegres dinero, que soluciones un problema que no está en las manos de nadie, que le llames un taxi, que vayas a llevar un sobre a 10 kilómetros, que compres cosas, que envíes muestras sin decirte adonde, que sepas distinguir todos los tipos de agua existentes, que recuerdes todos los números de teléfono, que rindas cuentas.
Para colmo de males, el frío me atonta, los llamados constantes me dispersan y ya no se que era lo que estaba haciendo, para saber cuanto sale un análisis es una tortura, dar un presupuesto se vuelve una hazaña y ya para las 14 hs me olvidé de quien soy, porque veo a una pobre mina que está re perdida, con sueño, con hambre, con bronca. Como un enano mensajero que va de acá para allá por que lo mandan.
No, no puedo disfrutar, y tengo miedo de ir mañana, miedo de que me digan que no me aceptan un papel por que falta algún sello. Que hablen a mis espaldas de lo estúpida que soy para pasar los informes o para anotar tonterías en una planilla.
Pero ese es el punto, todas estas cosas me parecen tonterías. Y si este trabajo me parece una tontería, ¿que es lo que yo podría tomar en serio?. 
En vez de quejarme, debería usar esa colección de certificados que fui acumulando desde mi adolescencia para encontrar un trabajo más a mi medida. Los números no tienen sentido pero la danza es algo serio. No es casual que en eso sea verdaderamente buena.



miércoles, 24 de febrero de 2016

Vencer la timidez

Miguel Ángel
Existen situaciones que generan nerviosismo en la mayoría de las personas. Tal es el caso de hablar en público y dar a conocer los propios pensamientos.
¿Aquí se trata de timidez?
Cierto grado de inhibición es común en todas las personas y hay momentos en donde la ansiedad aparece para todos, ya que se trata de circunstancias en donde uno siente que es “puesto a prueba”.
Sería extraño que alguien hiciera algo importante por primera vez y no estuviera nervioso. Cuando algo importa, nos esmeramos por hacerlo lo mejor posible y estas presiones por dar “una buena impresión” son las causantes del nerviosismo de las primeras veces. Por otro lado, el temor a lo desconocido siempre acompaña a los bautismos vivenciales de las nuevas experiencias.
Pero esta adrenalina que implican ciertas vivencias no es timidez. Una cuota de angustia nos acompaña cuando transitamos un momento nuevo, pero normalmente dicha sensación no impide que podamos concretar el objetivo en cuestión.
Distinta es la situación en donde la angustia impide terminar aquello que empezamos por ser demasiado intensa. Si las presiones por agradar son elevadas, el nerviosismo se transforma en timidez.
Podemos definir la timidez como un estado que perdura en el tiempo y se extiende sobre casi todas las situaciones vinculares de la persona.
Cuando la timidez impide hacer las cosas que queremos puede transformarse en un problema, ya que interviene en las relaciones sociales. Alguien que padece timidez al momento de comunicarse siente una opresión generalizada en el cuerpo. La timidez hace que las palabras que se quieren decir sean retenidas o descartadas por inadecuadas, lo cual obstaculiza un lazo fluido con los demás.
Pero ¿quién tiene el poder de decidir que palabras son las correctas?
Detrás de la timidez se esconde un sistema de pensamiento muy severo en donde cualquier risa, comentario o gesto de los demás puede ser interpretado negativamente. Esto significa que la timidez no responde a una situación específica que genera nervios sino fundamentalmente a un pensamiento negativo sobre sí mismo.

Algunas constantes que manifiestan las personas con timidez son las siguientes:

1. Resulta costoso entablar una conversación con alguien que apenas se conoce (las charlas fluidas solo se  mantienen con familiares y personas muy conocidas).
2. Cuando le hacen una pregunta, piensa demasiado las  respuestas.
3. Surgen ganas de decir o hacer cosas pero la persona  no se anima a tomar la iniciativa.
4. Frecuentemente surge el temor a quedar mal frente a  los demás.
5.  Predomina la creencia de que los otros hacen mejor las  cosas: saben más, hablan mejor, visten mejor, son más  bellos, son más inteligentes, tienen más dinero, etc.
6.  Intenta pasar desapercibido/a en toda situación.
7. Suele definirse a sí mismo con atributos que lo    descalifican.
8.  Las comparaciones con los demás son casi inevitables,  y en estos “análisis comparativos”, la persona tímida  siempre termina perdiendo.

La timidez es resultado de una serie de inseguridades que remiten a componentes íntimos de la personalidad. Aquello que atemoriza y genera ansiedad en la persona con timidez, suele relacionarse con aspectos no reconocidos/aceptados de la forma de ser.
El sujeto con timidez suele atribuir a los demás cosas que no poseen, perdiendo de vista los propios atributos que lo singularizan. Aquello que proyecta en los otros es la propia mirada negativa que recae sobre sí, ya que no posee fundamentos reales para sostener que toda la gente podría tener una mala concepción sobre su persona. Digamos que no podemos agradar a todo el mundo, del mismo modo en que no nos agradan por igual todas las personas; e incluso hay seres que nos desagradan. Lo esencial a retener es que la persona tímida proyecta y generaliza percepciones internas.
A diferencia del miedo a lo desconocido, la timidez se refiere a un miedo a lo conocido pero no valorado de sí mismo. En este sentido, la timidez disfraza y oculta lo más auténtico de cada uno; transformando situaciones que podrían ser agradables en un verdadero calvario.
Para vencer la timidez, será cuestión de flexibilizar el sistema severo de pensamiento que critica, compara, juzga sin cesar.
Por otra parte, es necesario quebrar el imaginario que dice que los demás son mejores y están en condiciones de calificarnos. En realidad, todos tenemos la labor de enfrentar distintas dificultades, por este motivo ninguna persona estaría en condiciones de evaluar la personalidad de nadie.  Hay que recordar que cualquiera puede hacer el ridículo en público, como dice el dicho “nadie es perfecto”.
Pero lo principal, será reconocer lo singular que nos caracteriza y valorarlo por encima de cualquier tipo de comparación o evaluador externo. Dejar de tener miedo de mostrar, compartir o intercambiar lo que somos, ya que si actuamos desde un lugar de autenticidad la mirada de los otros pierde relevancia.

Fantasmas

sábado, 20 de febrero de 2016

Sentirse solo

Desde el nacimiento somos recibidos por una familia que alivia el desamparo con el que venimos al mundo.
Aquella sensación de desvalimiento inicial parece conservarse en la memoria y actualizarse cada vez que nos sentimos solos.
Muchacha en la ventana. S. Dali
El sentimiento de soledad no coincide necesariamente con un estado de soledad, que revela que la persona está “sola en el mundo”. Sentir que uno está solo indica que hemos olvidado que los otros no solo existen como cuerpos físicos sino también como conceptos internos que nos acompañan en cada momento.
Cuando una persona querida nos deja, es común que el sentimiento de soledad ocupe terreno; pero tal sensación no debería extenderse en el tiempo, porque si falta una persona en su dimensión física, seguro surgirán otros capaces de alivianar dicha ausencia.
Es innegable: hay personas que nos resultan esenciales. Pero estas personas cuando dejan de estar en tanto cuerpos, siguen existiendo a través de las marcas que han dejado en cada uno. Es así que aquellos seres que participan en el alivio de aquel desvalimiento inicial de todo ser humano, existen en tres dimensiones: como cuerpos físicos, como imagen y como marca.
Por esta razón, ¿a que remite el sentimiento de soledad si en verdad nunca estamos del todo solos?. En este aspecto, es de suma importancia preguntarse frente a qué situación concreta surge el sentimiento de soledad, ¿en que área de la vida estamos solos?. La soledad suele ser vista como un mal a evitar, pero no debería ser considerada como un mal en si misma. Lo malo, en todo caso, es la significación que se le otorga a la soledad y a la independencia que ésta deja entrever.
Es saludable disponer, construir y alimentar los lazos sociales, porque no sabemos vivir de otra manera que en sociedad; pero lo cierto es que en ciertas situaciones vamos a estar un poco más solos. Esto ocurre, por ejemplo,  cuando es necesario tomar una decisión, cuando hay que responsabilizarse de algún acontecimiento, cuando elaboramos proyectos de vida; cuando vamos a una entrevista de trabajo, cuando rendimos un examen, cuando disfrutamos de una experiencia.
En estas situaciones paradigmáticas cada persona se enfrenta con su soledad, ya que nadie puede vivir por uno, ni tampoco hay reemplazantes cuando llega el momento de elegir el propio camino.
Por lo tanto, la relación con los otros nunca implica una anulación de la soledad individual, sino que las relaciones son producto de la alianza que se establece entre dos o más soledades compartidas.
De hecho, para poder estar con otros, y tener así vínculos enriquecedores, es imprescindible soportar la propia soledad haciendo las paces con ella.
Nadie aprende a estar solo sin haber tenido fuertes vínculos amorosos con otros que enseñaron a poder hacer ciertas cosas “solo”. Es este amor, el que permite que luego haya momentos de soledad que resulten placenteros. Asimismo, el placer tiene que ver muchas veces con saber pedir ayuda a tiempo.
La vida humana está inmersa en una intersubjetividad en donde se trata de una ida y vuelta entre la soledad y los otros. Será un desafío para cada quién encontrar un equilibrio entre la individualidad en solitario y los lazos sociales. Es frecuente que cuando tal equilibrio se pierde, toda la energía sea colocada en alguno de los lados de la balanza y surja el sentimiento de soledad. Al respecto, es interesante tener en cuenta que ese sentimiento se produce en base a una creencia más que en una realidad constatada. Si esperamos que alguien concreto venga a resolver la soledad, estamos fritos. Más bien se trata de entrar en uno mismo y salir a buscar con otros y no en otros.
Hasta la más profunda soledad se encuentra dibujada por las marcas que los seres amados dejan en la subjetividad, por este motivo no habría razones para creer que estamos realmente solos. La verdad es que siempre estamos acompañados, en soledad.

Concretar deseos


miércoles, 17 de febrero de 2016

Mi pareja me engaña

En la época actual existen muchos medios para conocer gente nueva y entablar una relación paralela a la relación de pareja, pero la infidelidad es tan antigua como la humanidad misma.
Una serie de señales pueden indicar que nuestro compañero o compañera está “en otra”.
Ante la sospecha de infidelidad, la reacción común es la de jugar al detective, investigando al otro, calculando sus movimientos, revisando sus cosas para encontrar la prueba del engaño.
Entrar en este juego de espionaje demanda gran energía y en todos los casos resulta angustiante. Sea como sea el resultado de nuestras investigaciones, no será agradable; ya que la angustia surgirá por saberse engañado o bien por saberse celoso. La sospecha con o sin prueba de los hechos, generará el sentimiento de desamparo y hará pensar en la verdad de toda relación amorosa: nadie es dueño de nadie. Aquel ser que tanto amamos o que creemos amar, puede irse en búsqueda de otros brazos.
Cuando la infidelidad es manifiesta ¿cómo hacerle frente a este malestar sin caer en la violencia, los sentimientos de inferioridad o la negación?.
Como primera medida, es importante controlar los impulsos, contener las agresiones y pensar en los antecedentes de la pareja. Antes de que comiencen las sospechas, ¿la pareja era feliz?.
Otro punto pertinente es evaluar el grado de comunicación que existe entre ambos, ¿la comunicación es fluida  como para que cada uno exprese sus sentimientos con libertad?.
La infidelidad suele ser el producto  de distanciamiento sentimental respecto a la pareja, lo cual presta el terreno para la aparición de un tercero. Tanto para hombres como para mujeres, la distancia emocional puede llevar a refugiarse en fantasías y buscar un alivio de las frustraciones de modo evasivo. En este contexto, la pareja deja de ser pareja desde el momento en que un tercer elemento se incluye en su mismidad, generando una suerte de despersonalización.
El hecho de vivir en la misma casa, tener hijos en común y compartir la vida diaria con alguien no garantiza la unión sentimental. Es preciso que haya cercanía y complicidad suficiente como para que el amor persista en el tiempo.
Antes del engaño, suele existir un conflicto del cual no se habla y que puede ser desconocido para los dos miembros de la pareja. Dicho conflicto tiene que ver con alguna insatisfacción que no se vincula necesariamente a lo sexual. En esta situación, algunas personas actúan sin haber resuelto sus paradojas y es así como ocurre la infidelidad, sosteniendo dos relaciones paralelas que representan los dos polos de la paradoja sentimental en cuestión.
Es cierto que las mujeres no aman de la misma forma que los hombres. Ellas aman y desean a la misma persona, en cambio ellos pueden amar y desear a dos personas diferentes. Pero los hombres, cuando aman seriamente, subliman esa división que caracteriza a la posición masculina. Renuncian a las dos para elegir a una entre otras, es decir que ellos también pueden concentrar amor y deseo en una misma persona.
Es común a ambos sexos la fantasía de tener un objeto de amor perfecto, con las cualidades que cada quien desee. Pero en la experiencia, uno puede corroborar fácilmente que tal objeto no existe más que en las fantasías, a modo de Frankenstein, es solo una imagen llena de atributos tipo collage. La perfección posible es aquella que no está basada en las cualidades sino en el amor.
Algo obvio pero a la vez fundamental es el hecho de que la persona que es infiel, lo es por no estar en condiciones de perder lo que debería perder. Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, las satisfacciones tienen un precio; y no es posible obtener ganancias si no hay pérdidas que las precedan.
La infidelidad, por lo tanto, es la actuación de un anhelo de completud imposible, que suele terminar en el sufrimiento y el escándalo.
En un caso de infidelidad, ambos miembros de la pareja  se ven perjudicados. Pero este perjuicio y el dolor que conlleva no se debe al acto concreto de estar con otra persona sino al engaño, la falta, la traición de la confianza; cuestiones que no tienen por que significar desamor pero si indican que la pareja estable ha llegado a una meseta y necesita remodelaciones.
Claro que esas parejas que escapan a la infidelidad han podido establecer las remodelaciones a tiempo, sin que los cimientos de la relación se conmuevan. Pero si una pareja tiene un problema de infidelidad, esta crisis puede ser una ocasión para empezar de nuevo ya que la infidelidad en sí misma no alcanza para romper una pareja, hacen falta otras razones de base para que eso suceda.
Frente al engaño, responsabilizarse de los propios sentimientos, temores y deseos es fundamental para conservar un lugar digno y seguro frente a la situación. La infidelidad suele ser un síntoma de pareja y no tanto del individuo, por esta razón no llevará muy lejos creer que el que engaña es el victimario y el engañado es la víctima. Resultará más productivo poder ubicarse como protagonista de la situación de infidelidad, entendiendo a ésta como resultado de un malestar compartido.
Una infidelidad genera desasosiego y lastima la estabilidad de una pareja, por lo cual puede significar la gota que rebalsa el vaso y apuntalar la separación. En otros casos, esta crisis sirve para el crecimiento de la pareja, permitiendo reencontrarse desde otro lugar, reformulando las condiciones y las razones para seguir juntos.
En cualquier caso, el engaño es el comienzo del fin. Podrá ser el fin de la pareja o el fin de una etapa en la vida de la pareja, esto dependerá de los amantes; ya que está en sus manos la posibilidad de retener o de inventar el amor.

El amor y sus efectos

Pero el amor, esa palabra...






lunes, 8 de febrero de 2016

¿Cómo ven los niños a sus padres?

En la primera infancia se constituyen los sistemas psíquicos más importantes. A partir de los recursos simbólicos que los adultos van ofreciendo al niño, éste consolida su forma de ser.
Sabido es que en esta etapa de la vida los padres cumplen un papel fundamental para la inserción del pequeño en la cultura y la satisfacción de las necesidades básicas. A causa de este desvalimiento inicial, el marco amoroso es imprescindible para que el niño crezca sano emocionalmente.
En principio, el bebé percibe al otro materno como la única vía de conexión con el mundo, no pudiendo distinguir donde comienza su propio cuerpo y donde termina el cuerpo de la madre. Al poco tiempo de estar fuera del vientre materno, el bebé no solo incorpora la presencia de la madre sino que también comienza a reconocer la voz del padre como componente esencial de la vida familiar. Luego se irán sumando las voces de otras personas significativas (hermanos, abuelos, tíos), ampliándose cada vez más la matriz simbólica en donde habitará el niño el resto de su vida.
Es así que la madre es concebida como un todo que satisface las necesidades y deseos del niño. El padre por su parte, va adquiriendo su valor normativo y legal por estar  o por haber estado al lado de la madre, ya que ésta reúne un cúmulo de significaciones esenciales para el niño. Al principio, la función del padre no opera por si misma sino por intermedio de la palabra materna, por este motivo las situaciones no son las mismas cuando la madre permite la entrada del discurso paterno que cuando ella cierra tal posibilidad.
Los niños pequeños ven a sus padres como grandes dioses que pueden proveerlo de cualquier cosa. La mente infantil no comprende aún el concepto de dinero o las limitaciones económicas. A su vez, los padres idealizados son inmortales debido a que el niño no posee la idea de la muerte hasta una edad avanzada (a partir de los 9 años de edad).
Para un niño, los padres transmiten la razón y el fundamento de las cosas. Aunque desobedezca, haga berrinches y se rebele frente a las normas, la palabra de los padres es para él lo más valioso. En este punto los padres son su modelo y sistema de referencia para interpretar las cosas del mundo.
Hará falta un largo proceso para que ese niño pueda construir una visión más realista de sus padres, permitiéndose el desvío de pensar diferente a ellos y gozar de cierta independencia.
En la niñez, los padres son el hogar del niño, más allá del lugar geográfico en donde viva, más allá de si sus padres están juntos o separados. Lo verdaderamente importante, no es que los padres sean todopoderosos y coincidan con la imagen perfecta que el niño tiene de ellos, sino que sean capaces de crear y mantener un ambiente amoroso para alojar al niño.
Este hogar brindará un sostén para su crecimiento, desarrollo y evolución.
El niño podrá percibir muy tempranamente tanto las congruencias como las incongruencias en el discurso de los padres, cualquier vestigio de duda en ellos se transformará en una duda del niño. Cuando capte algún tipo de lejanía o distanciamiento, tendrá miedo de ser abandonado o suplantado por otro niño, atribuyendo las posibles fallas de los padres a sí mismo.
Por esta razón es tan importante que los padres hablen con sus hijos y eviten subestimarlos creyendo que los niños no son capaces de comprender problemas de los grandes.
Con la escolarización, el niño podrá abrirse paso por fuera de la esfera familiar conociendo lazos de amistad y compañerismo con otras personas. La condición para que esto suceda es que los padres reconozcan ante el niño sus propias imperfecciones, de modo que tenga permiso de equivocarse, arrepentirse, explorar territorios nuevos sin sentirse culpable.
Cuando los padres se permiten fallar, los hijos también tendrán la capacidad de embarcarse en nuevos desafíos sin caer en sentimientos de desaprobación.
A medida de que los lazos sociales del niño se van expandiendo, la visión ideal de los padres se modifica, siendo la adolescencia la etapa que más demuestra los efectos de esta modificación en la imagen de los padres. En la niñez como en la adolescencia, los padres deben respetar la palabra del hijo, reconociendo la importancia que los distintos acontecimientos tienen para él, sin menospreciar las vivencias fundamentales.
El niño podrá soportar la caída de la imagen perfecta de los padres, siempre que ellos soporten la singularidades de su hijo y no quieran transformarlo en algo que no es. El niño podrá tolerar las carencias materiales pero le será difícil perdonar las carencias afectivas y el desamor.
Un niño siempre esperará amor de sus padres y él podrá brindarlo a montones, pero su mayor deseo será verlos felices. Cuando los padres dejan de ser perfectos, solo importará que sean felices, ya que el niño hace el siguiente razonamiento: “si ellos están felices, es porque están contentos de tener un hijo como yo”. Los padres pueden estar mal por muchos motivos, pero el niño no podrá evitar involucrarse en las causas tanto de satisfacción como de insatisfacción de los padres, motivo por el cual los niños necesitan sentirse amados más allá de las circunstancias cambiantes de la vida.
En la adultez, la persona puede conservar algún elemento de aquella visión infantil de los padres, y ante cualquier desventura sentir que los ha defraudado. Pertenece al pensamiento infantil la idea de que los progenitores quieren que sus hijos sean ingenieros, médicos o empresarios, cuando en realidad, los padres quieren que sus hijos sean felices de la forma que sea (al menos así debería ser).
Por lo tanto, la modificación de la imagen de los padres representa un pasaje que favorece la independencia, la seguridad y la estabilidad del sujeto. En este trayecto, es indispensable que opere una separación simbólica entre los padres y su hijo. La separación otorgará autosuficiencia y evitará dificultades futuras en torno a la toma de decisiones; a su vez, permitirá la apropiación de un estilo, la adopción de una posición ideológica propia y la asunción de una orientación sexuada.
Siendo ya adulto, la persona deberá tolerar las diferencias que pueda tener con sus padres tratando de encontrar un punto medio: no ser igual que ellos y tampoco ser lo contrario a ellos. Aunque el niño luego se transforme en adulto, siempre conservará su lugar de hijo, lugar valioso e irremplazable al que deberá recurrir cuando llegue el momento de ser madre o padre. En el cuidado de sus criaturas, será tarea de los padres transmitir una mejor versión de la paternidad y la maternidad, aprendiendo de sus hijos a encontrar la felicidad en las cosas más sencillas de la vida; porque si los padres son felices los niños también lo serán.

Sobre la función paterna
http://psicologapaulalucero.blogspot.com.ar/2011/10/sobre-la-funcion-paterna.html





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