No me pasa
nada. Nada más que sentirme inservible.
Esta sensación
es nueva, y existe desde que trabajo en este lugar lleno de números.
Lo que debería
ser una oportunidad para mi futuro, se transforma de a poco en una tabla de
medida de mis propias capacidades, una tabla que va marcando que no sirvo para
esto.
Quiero hacerlo
bien porque me corresponde, se supone que me pagan por eso, pero lo que tengo
que hacer no me importa en lo más mínimo. Quisiera ser más abierta y poder
interesarme por lo que no me importa, pero solo quiero irme a hacer lo mío.
Solo Dios sabe
que es “hacer lo mío”, si es que lo mío existe.
Pienso en esto
como si eso me ayudara a calmarme, a
volver al planeta. Ya no me encuentro allí en donde solía estar, tan segura,
tan decidida, yendo siempre para adelante. Lo que pasa es que no termino de
ubicarme en mi nuevo trabajo.
Si. Siempre
fui débil para estas cosas, quiero decir, para los números. Siento que me estoy
esforzando en sobremanera, que estoy haciendo el esfuerzo más grande de mi vida
porque estoy en un lugar en donde no tengo idea de casi nada, no se quién es
quién, que se hace en ciertos casos…solo quisiera saber que se hace para
hacerlo y que todos se callen.
Soy más débil
de lo que parece porque descubrí que enseguida ya me desespero. Cuando surge
algún inconveniente quiero salir corriendo, irme a no se que lugar seguro y
placentero en donde no soy una estafa.
Quisiera no
ser así, tan exigente, o infeliz que es lo mismo.
No es ninguna
novedad, se dan cuenta que estoy sufriendo, a pesar de que trataba
empecinadamente de disimularlo y mostrarme contenta. No, a mi trabajo no lo
hago con los ojos cerrados si eso es lo que se pretende de mí. Tampoco me place
ir al banco para hacer las transacciones y sentir la ansiedad de volver a mi
casa porque el tiempo me corre.
Por lo visto
no solo pretenden que yo “cumpla” (palabra que odio) con mis labores, sino que
también tengo que estar conforme con lo que hago, contenta, feliz y relajada.
Presiento que
se me está escapando algo muy importante y no se que es, jamás me pasó el no
darme cuenta que hice algo mal y que se dieran cuenta los otros. Es como si
tuviera un velo en los ojos que no me permite ver el sentido común. De lo que
hay o no que hacer, cuando, cómo. La cuestión es que me siento cada vez peor,
como perdida, desganada y sin sentido. Debería ser más simple: ir a trabajar,
hacer lo que tengo que hacer y callarme la boca.
Como negar el
hecho de que estoy desfasada, yo no soy la que habla por teléfono con los
proveedores, la que va hasta allá y se encarga de abrir y acondicionar el lugar
antes de que lleguen los clientes, no soy yo la que calcula los gastos
semanales, de a poco me fui yendo a otra parte.
Me gustaría
saber que es lo mío, pero no tengo energías para buscarlo. Este trabajo me fue
consumiendo la mente, el tiempo, el ánimo. No lo pude evitar, estoy todo el día
preocupada por lo que tengo que hacer al otro día, ya que siempre se me
acumulan demandas que no logro satisfacer.
No, claro que
no nací para esto, mi pensamiento no es numérico. Claro que tengo otra mente, claro que no me
gusta, claro que me es terriblemente difícil, pero esa es una solución
facilista. La pregunta es si quiero seguir perdiendo lo mejor de mi o no, si
vale la pena romperme los sesos y llorar como una nena todas las tardes, odiar
los domingos y si, es cierto, no poder disfrutar de absolutamente nada de lo
que tengo.
Al principio
era solo para hacer algo de dinero, se suponía que eran solo 4 horas cuando en
realidad son 6 o 7. Después se transformó en cualquier cosa, empecé a volverme
loquita, a tener mucho pero mucho miedo de todo, las facturas, los informes,
los clientes, los horribles mensajes de mi jefa en el escritorio que son casi
ilegibles. Porque no se de lo que hablo, no se con quien hablo. Se me preguntan
cosas que yo jamás pude haberlas aprendido. No tengo la menor idea de lo que es
un cloro activo; y es cierto, debería atender alguien que sepa del tema.
Lo mismo
sucede con los números, los registros incomprensibles que llevaba la empleada
anterior, los manejes económicos que yo no entiendo, esas becas que no se a que
período corresponden, esos proveedores que exigen transferencias todo el tiempo
y no te avisan nada.
A eso se le
suman 20 personas que demandan atención, que hagas llamados, que reintegres
dinero, que soluciones un problema que no está en las manos de nadie, que le
llames un taxi, que vayas a llevar un sobre a 10 kilómetros, que compres cosas,
que envíes muestras sin decirte adonde, que sepas distinguir todos los tipos de
agua existentes, que recuerdes todos los números de teléfono, que rindas
cuentas.
Para colmo de
males, el frío me atonta, los llamados constantes me dispersan y ya no se que
era lo que estaba haciendo, para saber cuanto sale un análisis es una tortura,
dar un presupuesto se vuelve una hazaña y ya para las 14 hs me olvidé de quien
soy, porque veo a una pobre mina que está re perdida, con sueño, con hambre,
con bronca. Como un enano mensajero que va de acá para allá por que lo mandan.
No, no puedo
disfrutar, y tengo miedo de ir mañana, miedo de que me digan que no me aceptan
un papel por que falta algún sello. Que hablen a mis espaldas de lo estúpida que
soy para pasar los informes o para anotar tonterías en una planilla.
Pero ese es el
punto, todas estas cosas me parecen tonterías. Y si este trabajo me parece
una tontería, ¿que es lo que yo podría tomar en serio?.
En vez de quejarme,
debería usar esa colección de certificados que fui acumulando desde mi
adolescencia para encontrar un trabajo más a mi medida. Los números no tienen sentido pero la danza es
algo serio. No es casual que en eso sea verdaderamente buena.