Desde el nacimiento somos recibidos por una
familia que alivia el desamparo con el que venimos al mundo.
Aquella sensación de desvalimiento inicial parece conservarse en la memoria y
actualizarse cada vez que nos sentimos solos.
Muchacha en la ventana. S. Dali |
El
sentimiento de soledad no coincide necesariamente con un estado de soledad, que
revela que la persona está “sola en el mundo”. Sentir que uno está solo indica
que hemos olvidado que los otros no solo existen como cuerpos físicos sino
también como conceptos internos que
nos acompañan en cada momento.
Cuando una persona querida nos deja, es común
que el sentimiento de soledad ocupe terreno; pero tal sensación no debería
extenderse en el tiempo, porque si falta una persona en su dimensión física,
seguro surgirán otros capaces de alivianar dicha ausencia.
Es innegable: hay personas que nos resultan esenciales. Pero estas personas cuando
dejan de estar en tanto cuerpos, siguen existiendo a través de las marcas que
han dejado en cada uno. Es así que aquellos seres que participan en el alivio
de aquel desvalimiento inicial de todo ser humano, existen en tres dimensiones: como cuerpos físicos,
como imagen y como marca.
Por esta razón, ¿a que remite el sentimiento
de soledad si en verdad nunca estamos del todo solos?. En este aspecto, es de
suma importancia preguntarse frente a qué situación concreta surge el
sentimiento de soledad, ¿en que área de la vida estamos solos?. La soledad
suele ser vista como un mal a evitar, pero no debería ser considerada como un
mal en si misma. Lo malo, en todo caso, es la significación que se le otorga a
la soledad y a la independencia que ésta deja entrever.
Es saludable disponer, construir y alimentar
los lazos sociales, porque no sabemos vivir de otra manera que en sociedad;
pero lo cierto es que en ciertas situaciones vamos a estar un poco más solos. Esto
ocurre, por ejemplo, cuando es necesario
tomar una decisión, cuando hay que responsabilizarse de algún acontecimiento,
cuando elaboramos proyectos de vida; cuando vamos a una entrevista de trabajo,
cuando rendimos un examen, cuando disfrutamos de una experiencia.
En estas situaciones paradigmáticas cada persona se enfrenta con su soledad,
ya que nadie puede vivir por uno, ni tampoco hay reemplazantes cuando llega el
momento de elegir el propio camino.
Por lo tanto, la relación con los otros nunca implica una anulación de la soledad
individual, sino que las relaciones
son producto de la alianza que se establece entre dos o más soledades
compartidas.
De hecho, para poder estar con otros, y tener
así vínculos enriquecedores, es imprescindible soportar la propia soledad
haciendo las paces con ella.
Nadie aprende a estar solo sin haber tenido
fuertes vínculos amorosos con otros que enseñaron a poder hacer ciertas cosas “solo”.
Es este amor, el que permite que luego haya momentos de soledad que resulten placenteros. Asimismo, el placer
tiene que ver muchas veces con saber
pedir ayuda a tiempo.
La vida humana está inmersa en una intersubjetividad
en donde se trata de una ida y vuelta entre la soledad y los otros. Será un
desafío para cada quién encontrar un equilibrio entre la individualidad en
solitario y los lazos sociales. Es frecuente que cuando tal equilibrio se
pierde, toda la energía sea colocada en alguno de los lados de la balanza y
surja el sentimiento de soledad. Al respecto, es interesante tener en cuenta
que ese sentimiento se produce en base a
una creencia más que en una realidad constatada. Si esperamos que alguien
concreto venga a resolver la soledad, estamos fritos. Más bien se trata de
entrar en uno mismo y salir a buscar con
otros y no en otros.
Hasta la más profunda soledad se encuentra
dibujada por las marcas que los seres amados dejan en la subjetividad, por este
motivo no habría razones para creer que
estamos realmente solos. La verdad es que siempre estamos acompañados, en
soledad.
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