sábado, 20 de febrero de 2016

Sentirse solo

Desde el nacimiento somos recibidos por una familia que alivia el desamparo con el que venimos al mundo.
Aquella sensación de desvalimiento inicial parece conservarse en la memoria y actualizarse cada vez que nos sentimos solos.
Muchacha en la ventana. S. Dali
El sentimiento de soledad no coincide necesariamente con un estado de soledad, que revela que la persona está “sola en el mundo”. Sentir que uno está solo indica que hemos olvidado que los otros no solo existen como cuerpos físicos sino también como conceptos internos que nos acompañan en cada momento.
Cuando una persona querida nos deja, es común que el sentimiento de soledad ocupe terreno; pero tal sensación no debería extenderse en el tiempo, porque si falta una persona en su dimensión física, seguro surgirán otros capaces de alivianar dicha ausencia.
Es innegable: hay personas que nos resultan esenciales. Pero estas personas cuando dejan de estar en tanto cuerpos, siguen existiendo a través de las marcas que han dejado en cada uno. Es así que aquellos seres que participan en el alivio de aquel desvalimiento inicial de todo ser humano, existen en tres dimensiones: como cuerpos físicos, como imagen y como marca.
Por esta razón, ¿a que remite el sentimiento de soledad si en verdad nunca estamos del todo solos?. En este aspecto, es de suma importancia preguntarse frente a qué situación concreta surge el sentimiento de soledad, ¿en que área de la vida estamos solos?. La soledad suele ser vista como un mal a evitar, pero no debería ser considerada como un mal en si misma. Lo malo, en todo caso, es la significación que se le otorga a la soledad y a la independencia que ésta deja entrever.
Es saludable disponer, construir y alimentar los lazos sociales, porque no sabemos vivir de otra manera que en sociedad; pero lo cierto es que en ciertas situaciones vamos a estar un poco más solos. Esto ocurre, por ejemplo,  cuando es necesario tomar una decisión, cuando hay que responsabilizarse de algún acontecimiento, cuando elaboramos proyectos de vida; cuando vamos a una entrevista de trabajo, cuando rendimos un examen, cuando disfrutamos de una experiencia.
En estas situaciones paradigmáticas cada persona se enfrenta con su soledad, ya que nadie puede vivir por uno, ni tampoco hay reemplazantes cuando llega el momento de elegir el propio camino.
Por lo tanto, la relación con los otros nunca implica una anulación de la soledad individual, sino que las relaciones son producto de la alianza que se establece entre dos o más soledades compartidas.
De hecho, para poder estar con otros, y tener así vínculos enriquecedores, es imprescindible soportar la propia soledad haciendo las paces con ella.
Nadie aprende a estar solo sin haber tenido fuertes vínculos amorosos con otros que enseñaron a poder hacer ciertas cosas “solo”. Es este amor, el que permite que luego haya momentos de soledad que resulten placenteros. Asimismo, el placer tiene que ver muchas veces con saber pedir ayuda a tiempo.
La vida humana está inmersa en una intersubjetividad en donde se trata de una ida y vuelta entre la soledad y los otros. Será un desafío para cada quién encontrar un equilibrio entre la individualidad en solitario y los lazos sociales. Es frecuente que cuando tal equilibrio se pierde, toda la energía sea colocada en alguno de los lados de la balanza y surja el sentimiento de soledad. Al respecto, es interesante tener en cuenta que ese sentimiento se produce en base a una creencia más que en una realidad constatada. Si esperamos que alguien concreto venga a resolver la soledad, estamos fritos. Más bien se trata de entrar en uno mismo y salir a buscar con otros y no en otros.
Hasta la más profunda soledad se encuentra dibujada por las marcas que los seres amados dejan en la subjetividad, por este motivo no habría razones para creer que estamos realmente solos. La verdad es que siempre estamos acompañados, en soledad.

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