En la primera infancia se constituyen
los sistemas psíquicos más importantes. A partir de los recursos simbólicos que
los adultos van ofreciendo al niño, éste consolida su forma de ser.
Sabido es que en esta etapa de la vida
los padres cumplen un papel fundamental para la inserción del pequeño en la
cultura y la satisfacción de las necesidades básicas. A causa de este
desvalimiento inicial, el marco amoroso es imprescindible para que el niño
crezca sano emocionalmente.
En principio, el bebé percibe al otro
materno como la única vía de conexión con el mundo, no
pudiendo distinguir donde comienza su propio cuerpo y donde termina el cuerpo
de la madre. Al poco tiempo de estar fuera del vientre materno, el bebé no solo
incorpora la presencia de la madre sino que también comienza a reconocer la voz
del padre como componente esencial de la vida familiar. Luego se irán sumando
las voces de otras personas significativas (hermanos, abuelos, tíos),
ampliándose cada vez más la matriz simbólica en donde habitará el niño el resto
de su vida.
Es así que la madre es concebida como un
todo que satisface las necesidades y deseos del niño. El padre por su
parte, va adquiriendo su valor normativo y legal por estar o por haber estado al lado de la madre, ya
que ésta reúne un cúmulo de significaciones esenciales para el niño. Al
principio, la función del padre no opera por si misma sino por intermedio de la
palabra materna, por este motivo las situaciones no son las mismas cuando la
madre permite la entrada del discurso paterno que cuando ella cierra tal
posibilidad.
Los niños pequeños ven a sus padres como
grandes
dioses que pueden proveerlo de cualquier cosa. La mente infantil no
comprende aún el concepto de dinero o las limitaciones económicas. A su vez,
los padres idealizados son inmortales debido a que el niño no
posee la idea de la muerte hasta una edad avanzada (a partir de los 9 años de
edad).
Para un niño, los padres transmiten la
razón y el fundamento de las cosas. Aunque desobedezca, haga berrinches
y se rebele frente a las normas, la palabra de los padres es para él lo más
valioso. En este punto los padres son su modelo y sistema de referencia para
interpretar las cosas del mundo.
Hará falta un largo proceso para que ese
niño pueda construir una visión más realista de sus padres, permitiéndose el
desvío de pensar diferente a ellos y gozar de cierta independencia.
En la niñez, los padres son el
hogar del niño, más allá del lugar geográfico en donde viva, más allá
de si sus padres están juntos o separados. Lo verdaderamente importante, no es
que los padres sean todopoderosos y coincidan con la imagen perfecta que el
niño tiene de ellos, sino que sean capaces de crear y mantener un ambiente
amoroso para alojar al niño.
Este hogar brindará un sostén para su
crecimiento, desarrollo y evolución.
El niño podrá percibir muy tempranamente
tanto las congruencias como las incongruencias en el discurso de los padres,
cualquier vestigio de duda en ellos se transformará en una duda del niño.
Cuando capte algún tipo de lejanía o distanciamiento, tendrá miedo de ser
abandonado o suplantado por otro niño, atribuyendo las posibles fallas de los
padres a sí mismo.
Por esta razón es tan importante que los
padres hablen con sus hijos y eviten subestimarlos creyendo que los niños no
son capaces de comprender problemas de los grandes.
Con la escolarización, el niño podrá
abrirse paso por fuera de la esfera familiar conociendo lazos de amistad y
compañerismo con otras personas. La condición para que esto suceda es que los
padres reconozcan ante el niño sus propias imperfecciones, de modo que tenga
permiso de equivocarse, arrepentirse, explorar territorios nuevos sin sentirse
culpable.
Cuando los padres se permiten fallar,
los hijos también tendrán la capacidad de embarcarse en nuevos desafíos sin
caer en sentimientos de desaprobación.
A medida de que los lazos sociales del
niño se van expandiendo, la visión ideal de los padres se modifica, siendo la
adolescencia la etapa que más demuestra los efectos de esta modificación en la
imagen de los padres. En la niñez como en la adolescencia, los padres deben
respetar la palabra del hijo, reconociendo la importancia que los distintos
acontecimientos tienen para él, sin menospreciar las vivencias fundamentales.
El niño podrá soportar la caída de la
imagen perfecta de los padres, siempre que ellos soporten la singularidades de
su hijo y no quieran transformarlo en algo que no es. El niño podrá tolerar las
carencias materiales pero le será difícil perdonar las carencias afectivas y el
desamor.
Un niño siempre esperará amor de sus
padres y él podrá brindarlo a montones, pero su mayor deseo será verlos felices. Cuando los padres dejan
de ser perfectos, solo importará que sean felices, ya que el niño hace el
siguiente razonamiento: “si ellos están felices, es porque están contentos de
tener un hijo como yo”. Los padres pueden estar mal por muchos motivos, pero el
niño no podrá evitar involucrarse en las causas tanto de satisfacción como de
insatisfacción de los padres, motivo por el cual los niños necesitan sentirse
amados más allá de las circunstancias cambiantes de la vida.
En la adultez, la persona puede
conservar algún elemento de aquella visión infantil de los padres, y ante
cualquier desventura sentir que los ha defraudado. Pertenece al pensamiento infantil
la idea de que los progenitores quieren que sus hijos sean ingenieros, médicos
o empresarios, cuando en realidad, los padres quieren que sus hijos sean
felices de la forma que sea (al menos así debería ser).
Por lo tanto, la modificación de la
imagen de los padres representa un pasaje que favorece la independencia, la
seguridad y la estabilidad del sujeto. En este trayecto, es indispensable que
opere una separación simbólica entre los padres y su hijo. La separación
otorgará autosuficiencia y evitará dificultades futuras en torno a la toma de
decisiones; a su vez, permitirá la apropiación de un estilo, la adopción de una
posición ideológica propia y la asunción de una orientación sexuada.
Siendo ya adulto, la persona deberá
tolerar las diferencias que pueda tener con sus padres tratando de encontrar un
punto medio: no ser igual que ellos y tampoco ser lo contrario a ellos. Aunque
el niño luego se transforme en adulto, siempre conservará su lugar de hijo,
lugar valioso e irremplazable al que deberá recurrir cuando llegue el momento de
ser madre o padre. En el cuidado de sus criaturas, será tarea de los padres
transmitir una mejor versión de la paternidad y la maternidad, aprendiendo de
sus hijos a encontrar la felicidad en las cosas más sencillas de la vida; porque
si los padres son felices los niños también lo serán.
Sobre la función paterna
http://psicologapaulalucero.blogspot.com.ar/2011/10/sobre-la-funcion-paterna.html
Sobre la función paterna
http://psicologapaulalucero.blogspot.com.ar/2011/10/sobre-la-funcion-paterna.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario