Un margen de incertidumbre
es inevitable en la vida humana y más aún en las relaciones amorosas. La experiencia de cada quien, va disminuyendo
la ingenuidad que nos hacía niños, de manera progresiva, de modo que pensar en
una relación ideal, que garantice la completud y felicidad llega a ser un lindo
sueño a sabiendas que ninguna realidad va a poder replicar tal fantasía.
Hecha esta advertencia, y
desterrando el mito de la media naranja, actualmente observamos una
exasperación de un modo masculino de relacionarse con las mujeres: “vamos despacio, a ver que onda, tranqui.
Vamos viendo”. Si bien este modo informal del vínculo siempre existió,
actualmente se ha vuelto una constante que cada vez se naturaliza más.
¿Una relación basada en la
incertidumbre puede generar felicidad?
Las
apariencias engañan
Al principio esta forma de
plantear una relación que está iniciando no parece descabellada, al contrario,
parece una propuesta interesante, libre, relajada que invita a disfrutar del
otro sin ideales limitantes o condiciones cerradas.
Pero con el tiempo, este “vamos
viendo” revela ser la contracara de aquello que se pretende evadir: el
compromiso. No hablo del anillo ni del casamiento, ni siquiera me refiero a la
convivencia en pareja. Hablo del compromiso más elemental con alguien en el
amor, que consiste en solo estar y decir
si a ese estar con alguien. Ya que nadie tiene la bola de cristal, el
compromiso inicial en una relación consiste en decir “si” aunque no se sepa lo
que pasará en el futuro.
Lo que en un principio fue
un tentador “vamos viendo”, con el curso de los meses se transforma en un “si, pero no”, o “quiero, pero no puedo” y es aquí donde la angustia surge. Angustia
provocada por varios factores: por un lado comienza a desarrollarse una insatisfacción
que crece, por otro lado, se experimenta una especie de congelamiento en donde
pasa siempre lo mismo y reina lo igual por encima de la creación de a dos, la
construcción común.
En psicoanálisis sabemos que
cuando lo igual se prolonga en el tiempo genera angustia y toda una serie de
malestares confusos. Si se presta atención, a nivel del discurso, está la
afirmación y la negación simultáneamente, esto equivale a decir que así como se
está con alguien se niega dicha realidad. A nivel más cotidiano, se puede
observar esta vacilación entre el si y el no en la forma de comunicarse: te
escribo varias veces en el dia (si) luego dejo pasar tres o cuatro días y te
pregunto como estas (no). Se pueden encontrar ejemplos en las redes sociales,
en la frecuencia de los encuentros, en las palabras dichas, en todas las
situaciones vuelve a aparecer esta posición de “estoy con vos pero no estoy con vos”.
Un psicoanalista podría
decir que se trata de histeria, pero ¿es verdaderamente un síntoma histérico?.
Estar
– Apostar
Esta manera de encarar un
vinculo amoroso-sexual lejos de favorecer el disfrute del mero hecho de estar
juntos y encontrarse, lo que produce es puro desencuentro y aplastamiento del “estar”
con otro. El vínculo se reduce a una serie de episodios que no hacen historia
debido a la limitación que implica el mismo tipo de vínculo. El planteo
temeroso, precavido y tacaño del “vamos viendo” reduce las posibilidades a unas
pocas experiencias compartidas. El masculino que va viendo ofrece un lugar
limitado a la femenina que quiera adaptarse allí. De modo que lo que parecía
ser un planteo liberal, es en realidad sumamente restringido. Tiene un techo que
impide ir hacia adelante, las emociones y las vivencias quedan reducidas a
cuatro paredes invisibles que resultan impuestas, no son paredes construidas
por ambos.
Con el curso del tiempo,
surge la disputa entre el que quiere jugar al azar sin apostar nada, y la que
quiere apostar aunque pierda. Estar con alguien es una tremenda apuesta siempre
que haya un si que lo impulse, un si a secas sin negaciones, ni peros
limitantes. Apostar no solo a una relación que puede funcionar o no, sino
fundamentalmente apostar a sentir. Ya que no sucede que uno conoce a alguien y
siente, en el fondo hay que querer sentir, hay que querer- querer aunque no
haya certeza de ser correspondidos.
Para conocer a alguien hay
que estar. Y si estar es apostar, entonces se trata de estar en la cama si,
pero también en la mesa familiar, en la salida con amigos, en las incómodas presentaciones,
en algún viaje…en vivo y en directo claro, pero también en Facebook, Instagram,
etc.
Estar es estar habitando los
contextos del otro, con mesura y preservando la individualidad, pero sin evitar
posibles experiencias que no lleven a conocer y compartir.
La forma más evolucionada
del compartir es el proyecto, tener un proyecto común por mínimo que sea. Lo
que queda claro es que desde esta perspectiva del “vamos viendo” no es posible
construir ni experimentar la verdadera felicidad de estar con alguien. Y si no
es para experimentar una felicidad mayor que la obtenida a nivel individual, ¿para
que estar con alguien?.
El
fin de amar
Tal como canta Gustavo
Cerati, “el fin de amar es sentirse más vivo”, no hay otro objetivo más que
ese, sentirse más vivo. Estar con alguien que amamos no nos va a completar ni
resolver la vida, solo vamos a sentir la vida de manera más intensa.
Pero muchas veces no estamos
dispuestos a amar, y renunciamos a esa sensación de estar vivos, reduciendo las
posibilidades de sentir.
Este planteo de “vamos viendo” o “dejemos que fluya”, se
presenta mayormente en varones, como si la creciente igualdad de género a nivel
de los derechos hubiera generado un retroceso más que un progreso en la forma
de vinculación entre los sexos. Pero esto ya merecería mayor indagación.
Suele decirse que los
hombres rehúsan ponerse en pareja porque temen perder su libertad, su
individualidad, o porque temen perder a todas las otras mujeres a las que
deberían renunciar si se ponen en pareja. Pero toda decisión tiene su precio.
El “vamos viendo” es un
ni-ni, “ni estoy con una, ni estoy solo”. Más allá de las razones singulares
que cada uno puede tener para embarcarse en este camino incierto, en el fondo
es un grave autoengaño en donde los hombres son presa del temor o del terror de
amar y sentirse amados.
Ya sea planteado desde la perversión
de saber que no quiere compromiso alguno y mentir para seguir con la relación,
ya sea producto de una confusión en donde no se sabe que se quiere hacer, ya
sea la típica situación de querer el pan y la torta; en todos los casos el
trasfondo es el desamor pero no solo para las mujeres irresponsables que se
adaptan y se conforman con una relación a medias, sino para el propio hombre
que no puede proponer algo más interesante incluso para él mismo.
La soledad no es
desagradable, y solo una verdadera compañía podía impulsar a abandonarla, ¿Qué es
estar acompañado?. Supongo que la única manera de sentirse acompañado es
construyendo lazos con una moderada incertidumbre y no un desapegado devenir
azaroso, que no permite sentirse más vivo.
Esto que escribis no evidencia una cuestion de generos .¿ de donde surge la evidencia que es más común entre los varones?El terror de amar o de sentirse amado pertenece más a algún tipo de estructura que a una cuestión de género. Con estas salvedades me gusto el articulo
ResponderEliminarHola! La unica fuente de evidencia para escribir el artículo fue el discurso de mis pacientes y analizantes. Gracias por comentar!!
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