¿Qué es un acto?.
Las acepciones de la palabra acto
remiten a la acción, a una celebración pública y solemne. En filosofía un acto
es “lo real, lo que es determinación o perfección de la potencia” (Diccionario
de la Real Academia Española). Acciones hay muchas, y generalmente no tienen
mayor pertinencia, pero los actos que una persona gestiona durante su vida se
pueden contar.
El acto como perfección de la
potencia es un momento gestionado por un sujeto activo, que marca una antes
y un después en la vida. Aquel que comete su acto no solo es activo, también
está sumamente despierto y decidido a realizar su apuesta.
Por más que el ser humano busque certezas y se las ingenie para evitar
el azar lo máximo posible, todo acto es una apuesta en tanto solo sabremos si fue
lo correcto cuando haya ocurrido.
Muchas personas se preguntan: “si yo quiero hacer esto ¿porqué no lo
hago?”. Digamos que somos seres complejos, atravesados por múltiples palabras, recuerdos,
afectos y contradicciones.
Un acto suele implicar cambios más o menos notorios pero en todos los
casos tendrá consecuencias. Incluso cuando se trata de situaciones que hemos
querido por largo tiempo, no es sencillo soportar las consecuencias.
Entonces, un acto que es significativo para alguien normalmente genera
temores e inquietudes previo a realizarse. Ese destello de nerviosismo, la
serie de palpitaciones sorpresivas, la tormenta de ideas acerca de lo que puede
llegar a pasar en el momento mismo del acto, se deben a que eso que está por
hacerse es de suma importancia, es “determinante de la potencia” dirían los
filósofos.
Aunque conscientemente se quiere lo mejor para la propia existencia y
la de los seres queridos, nuestra naturaleza siempre deja traslucir esa veta
masoquista y regrediente, que lleva a dudar, culparse y vacilar respecto de lo
que verdaderamente quisiéramos hacer.
¿Quién no ha fantaseado con lograr un objetivo sin pagar por ello?.
Para citar algunas situaciones corrientes: “quiero recibirme de médico
pero que la carrera dure tres años”, “quiero tener un hijo pero seguir teniendo
la vida de siempre”, “quiero tener un cuerpo divino sin hacer nada para ello”, “quiero
ser millonario sin tener que trabajar”, y la lista puede seguir cuanto ustedes
quieran.
La verdad es que no pueden obtenerse grandes cosas con pocos
movimientos. Aquí surge una proporción que, se la respete o no, siempre
funciona: a grandes cambios, grandes movimientos. Lo grande no necesariamente
es “grande” para todo el mundo, depende cómo lo vive cada quién. Los grandes
movimientos pueden tener que ver con el tiempo, o bien con el esfuerzo, o bien
con la persistencia.
Las postergaciones, las inhibiciones, los temores desmedidos suelen
detener el acto y a veces pueden llevar a renunciar a un porvenir precioso. El
deseo es algo que complica y facilita la vida a la vez, ya que es algo molesto
hasta tanto no se materializa de alguna manera concreta. Pero una vez que un
deseo auténtico logra encarnarse en acto, casi todas las cosas resultan más fáciles
de transitar.
Dadas las circunstancias, puede que alguien quede detenido entre la
idea y el acto, sin poder dar el paso necesario para saltar a otra cosa. A este
salto se debe la incomodidad en cuestión. Como suelen decir en nuestros días, “hay
que salir de la zona de confort”, no sé si siempre hay que salir, tal vez solo haya
que hacerlo cuando ese cambio conlleve una mayor comodidad.
Por otra parte, los actos siempre se acompañan de un decir que los
sostiene, pero no ocurre lo mismo a la inversa, ya que se pueden decir miles de
cosas sin que existan actos adecuados a lo que se dijo. Por ejemplo, si digo “te
amo, quiero estar con vos”, aquello que digo solo vale si encuentra su
materialización en los actos. Tal es así que “a las palabras se la lleva el
viento”, salvo que se las escriba con letras o con actos.
Volviendo al acto como apuesta, cuando alguien hace su apuesta se
presenta allí donde es llamado: en tiempo y forma. Y es llamado por su propio
querer.
Cuando un acto se vuelve necesario, las voces del deseo suenan y resuenan
en cada cosa cotidiana, ¿Por qué no hacerle un lugar a aquello que no deja de
insistir bajo múltiples formas?.
Muchas veces, poder escucharse es el primer paso para gestionar el
acto. Tal como dijo J. Lacan, aunque la angustia amenace, “solo la acción quita
a la angustia su certeza”.
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