Apenas comienza el mes de diciembre, un aire festivo circula por la
calle, la televisión y las redes sociales. Las vidrieras se pintan de colores
navideños y en la decoración predominan las campanas, los regalos y las diferentes
figuras de Papá Noel.
Hay que admitir que las mejores propagandas de navidad fueron hechas
por The Coca Cola Company, en la
medida de que contagian esas ganas de disfrutar y querer hacer cosas
divertidas.
Cada año que pasa hay personas que ya no están en la familia, pero
también hay personas nuevas, que entran en la vida para darle color y fuerza.
Ser objetivos, y pensar que el 24 de diciembre es un día más, es muy difícil
considerando la complejidad de la mente humana. Los tiempos subjetivos no son
los tiempos del almanaque sino que son tiempos llenos de afecto e historias
singulares.
Lo que cuenta, no es el transcurso de los días o las horas, sino la
forma en que los momentos fueron vividos, sentidos y registrados por cada uno.
Por otro lado, los momentos importantes casi siempre involucran a
otros, sea como testigo, compañero o co-protagonista de la situación.
Aunque ya es sabido que no hace falta un banquete de comida y bebida,
en navidad y año nuevo queremos innovar y estar reunidos en un permitido exceso.
Pero a pesar del exceso y la alegría que hace al contexto navideño, hay
personas que se entristecen por que las reuniones ya no son las mismas, porque
la familia va cambiando a lo largo de los años, porque los niños crecen, porque
algunos seres queridos se van, porque se van formando nuevas familias.
La nostalgia es un último intento desesperado por recuperar lo
perdido, pero al precio de olvidar lo ganado en el presente. Lo cierto es que
ningún tiempo puede ser realmente festivo a menos que se permita el ingreso de las
cosas nuevas, diferentes, pero no por eso menos interesantes y agradables que
las cosas viejas.
El escenario festivo de fin de año genera toda una serie de ilusiones
no tan agradables, ilusiones que se acompañan de una marcada invitación al
consumismo y las compras compulsivas. Claro que uno está en condiciones de
elegir que va a comprar y cuanto puede gastar, pero más allá del dinero lo que
se genera es la sensación de pasividad e incluso de obligación: hay que
reunirse, hay que comprar, hay que disfrutar. ¿Cómo es que disfrutar se vuelve
un deber?, tal vez sea un lema de nuestra época “sé feliz”, “come sano”, “progresa”,
etc.
Lo que resulta importante es tener en cuenta que la angustia en épocas
festivas no siempre se relaciona con momentos del pasado que no pueden
reproducirse, sino con ideales desmedidos de felicidad.
Hay momentos simples que pueden transformarse en una verdadera fiesta,
siempre y cuando cada uno sepa que tiene que poner algo de sí para inventar el
momento, y disfrutar del tiempo a su manera.
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