viernes, 27 de mayo de 2016

Los números no saben bailar

No me pasa nada. Nada más que sentirme inservible.
Esta sensación es nueva, y existe desde que trabajo en este lugar lleno de números.
Lo que debería ser una oportunidad para mi futuro, se transforma de a poco en una tabla de medida de mis propias capacidades, una tabla que va marcando que no sirvo para esto.
Quiero hacerlo bien porque me corresponde, se supone que me pagan por eso, pero lo que tengo que hacer no me importa en lo más mínimo. Quisiera ser más abierta y poder interesarme por lo que no me importa, pero solo quiero irme a hacer lo mío.
Solo Dios sabe que es “hacer lo mío”, si es que lo mío existe.
Pienso en esto como si eso me ayudara  a calmarme, a volver al planeta. Ya no me encuentro allí en donde solía estar, tan segura, tan decidida, yendo siempre para adelante. Lo que pasa es que no termino de ubicarme en mi nuevo trabajo.
Si. Siempre fui débil para estas cosas, quiero decir, para los números. Siento que me estoy esforzando en sobremanera, que estoy haciendo el esfuerzo más grande de mi vida porque estoy en un lugar en donde no tengo idea de casi nada, no se quién es quién, que se hace en ciertos casos…solo quisiera saber que se hace para hacerlo y que todos se callen.
Soy más débil de lo que parece porque descubrí que enseguida ya me desespero. Cuando surge algún inconveniente quiero salir corriendo, irme a no se que lugar seguro y placentero en donde no soy una estafa.
Quisiera no ser así, tan exigente, o infeliz que es lo mismo.
No es ninguna novedad, se dan cuenta que estoy sufriendo, a pesar de que trataba empecinadamente de disimularlo y mostrarme contenta. No, a mi trabajo no lo hago con los ojos cerrados si eso es lo que se pretende de mí. Tampoco me place ir al banco para hacer las transacciones y sentir la ansiedad de volver a mi casa porque el tiempo me corre.
Por lo visto no solo pretenden que yo “cumpla” (palabra que odio) con mis labores, sino que también tengo que estar conforme con lo que hago, contenta, feliz y relajada.
Presiento que se me está escapando algo muy importante y no se que es, jamás me pasó el no darme cuenta que hice algo mal y que se dieran cuenta los otros. Es como si tuviera un velo en los ojos que no me permite ver el sentido común. De lo que hay o no que hacer, cuando, cómo. La cuestión es que me siento cada vez peor, como perdida, desganada y sin sentido. Debería ser más simple: ir a trabajar, hacer lo que tengo que hacer y callarme la boca.
Como negar el hecho de que estoy desfasada, yo no soy la que habla por teléfono con los proveedores, la que va hasta allá y se encarga de abrir y acondicionar el lugar antes de que lleguen los clientes, no soy yo la que calcula los gastos semanales, de a poco me fui yendo a otra parte.
Me gustaría saber que es lo mío, pero no tengo energías para buscarlo. Este trabajo me fue consumiendo la mente, el tiempo, el ánimo. No lo pude evitar, estoy todo el día preocupada por lo que tengo que hacer al otro día, ya que siempre se me acumulan demandas que no logro satisfacer.
No, claro que no nací para esto, mi pensamiento no es numérico.  Claro que tengo otra mente, claro que no me gusta, claro que me es terriblemente difícil, pero esa es una solución facilista. La pregunta es si quiero seguir perdiendo lo mejor de mi o no, si vale la pena romperme los sesos y llorar como una nena todas las tardes, odiar los domingos y si, es cierto, no poder disfrutar de absolutamente nada de lo que tengo.
Al principio era solo para hacer algo de dinero, se suponía que eran solo 4 horas cuando en realidad son 6 o 7. Después se transformó en cualquier cosa, empecé a volverme loquita, a tener mucho pero mucho miedo de todo, las facturas, los informes, los clientes, los horribles mensajes de mi jefa en el escritorio que son casi ilegibles. Porque no se de lo que hablo, no se con quien hablo. Se me preguntan cosas que yo jamás pude haberlas aprendido. No tengo la menor idea de lo que es un cloro activo; y es cierto, debería atender alguien que sepa del tema.
Lo mismo sucede con los números, los registros incomprensibles que llevaba la empleada anterior, los manejes económicos que yo no entiendo, esas becas que no se a que período corresponden, esos proveedores que exigen transferencias todo el tiempo y no te avisan nada.
A eso se le suman 20 personas que demandan atención, que hagas llamados, que reintegres dinero, que soluciones un problema que no está en las manos de nadie, que le llames un taxi, que vayas a llevar un sobre a 10 kilómetros, que compres cosas, que envíes muestras sin decirte adonde, que sepas distinguir todos los tipos de agua existentes, que recuerdes todos los números de teléfono, que rindas cuentas.
Para colmo de males, el frío me atonta, los llamados constantes me dispersan y ya no se que era lo que estaba haciendo, para saber cuanto sale un análisis es una tortura, dar un presupuesto se vuelve una hazaña y ya para las 14 hs me olvidé de quien soy, porque veo a una pobre mina que está re perdida, con sueño, con hambre, con bronca. Como un enano mensajero que va de acá para allá por que lo mandan.
No, no puedo disfrutar, y tengo miedo de ir mañana, miedo de que me digan que no me aceptan un papel por que falta algún sello. Que hablen a mis espaldas de lo estúpida que soy para pasar los informes o para anotar tonterías en una planilla.
Pero ese es el punto, todas estas cosas me parecen tonterías. Y si este trabajo me parece una tontería, ¿que es lo que yo podría tomar en serio?. 
En vez de quejarme, debería usar esa colección de certificados que fui acumulando desde mi adolescencia para encontrar un trabajo más a mi medida. Los números no tienen sentido pero la danza es algo serio. No es casual que en eso sea verdaderamente buena.



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