miércoles, 24 de febrero de 2016

Vencer la timidez

Miguel Ángel
Existen situaciones que generan nerviosismo en la mayoría de las personas. Tal es el caso de hablar en público y dar a conocer los propios pensamientos.
¿Aquí se trata de timidez?
Cierto grado de inhibición es común en todas las personas y hay momentos en donde la ansiedad aparece para todos, ya que se trata de circunstancias en donde uno siente que es “puesto a prueba”.
Sería extraño que alguien hiciera algo importante por primera vez y no estuviera nervioso. Cuando algo importa, nos esmeramos por hacerlo lo mejor posible y estas presiones por dar “una buena impresión” son las causantes del nerviosismo de las primeras veces. Por otro lado, el temor a lo desconocido siempre acompaña a los bautismos vivenciales de las nuevas experiencias.
Pero esta adrenalina que implican ciertas vivencias no es timidez. Una cuota de angustia nos acompaña cuando transitamos un momento nuevo, pero normalmente dicha sensación no impide que podamos concretar el objetivo en cuestión.
Distinta es la situación en donde la angustia impide terminar aquello que empezamos por ser demasiado intensa. Si las presiones por agradar son elevadas, el nerviosismo se transforma en timidez.
Podemos definir la timidez como un estado que perdura en el tiempo y se extiende sobre casi todas las situaciones vinculares de la persona.
Cuando la timidez impide hacer las cosas que queremos puede transformarse en un problema, ya que interviene en las relaciones sociales. Alguien que padece timidez al momento de comunicarse siente una opresión generalizada en el cuerpo. La timidez hace que las palabras que se quieren decir sean retenidas o descartadas por inadecuadas, lo cual obstaculiza un lazo fluido con los demás.
Pero ¿quién tiene el poder de decidir que palabras son las correctas?
Detrás de la timidez se esconde un sistema de pensamiento muy severo en donde cualquier risa, comentario o gesto de los demás puede ser interpretado negativamente. Esto significa que la timidez no responde a una situación específica que genera nervios sino fundamentalmente a un pensamiento negativo sobre sí mismo.

Algunas constantes que manifiestan las personas con timidez son las siguientes:

1. Resulta costoso entablar una conversación con alguien que apenas se conoce (las charlas fluidas solo se  mantienen con familiares y personas muy conocidas).
2. Cuando le hacen una pregunta, piensa demasiado las  respuestas.
3. Surgen ganas de decir o hacer cosas pero la persona  no se anima a tomar la iniciativa.
4. Frecuentemente surge el temor a quedar mal frente a  los demás.
5.  Predomina la creencia de que los otros hacen mejor las  cosas: saben más, hablan mejor, visten mejor, son más  bellos, son más inteligentes, tienen más dinero, etc.
6.  Intenta pasar desapercibido/a en toda situación.
7. Suele definirse a sí mismo con atributos que lo    descalifican.
8.  Las comparaciones con los demás son casi inevitables,  y en estos “análisis comparativos”, la persona tímida  siempre termina perdiendo.

La timidez es resultado de una serie de inseguridades que remiten a componentes íntimos de la personalidad. Aquello que atemoriza y genera ansiedad en la persona con timidez, suele relacionarse con aspectos no reconocidos/aceptados de la forma de ser.
El sujeto con timidez suele atribuir a los demás cosas que no poseen, perdiendo de vista los propios atributos que lo singularizan. Aquello que proyecta en los otros es la propia mirada negativa que recae sobre sí, ya que no posee fundamentos reales para sostener que toda la gente podría tener una mala concepción sobre su persona. Digamos que no podemos agradar a todo el mundo, del mismo modo en que no nos agradan por igual todas las personas; e incluso hay seres que nos desagradan. Lo esencial a retener es que la persona tímida proyecta y generaliza percepciones internas.
A diferencia del miedo a lo desconocido, la timidez se refiere a un miedo a lo conocido pero no valorado de sí mismo. En este sentido, la timidez disfraza y oculta lo más auténtico de cada uno; transformando situaciones que podrían ser agradables en un verdadero calvario.
Para vencer la timidez, será cuestión de flexibilizar el sistema severo de pensamiento que critica, compara, juzga sin cesar.
Por otra parte, es necesario quebrar el imaginario que dice que los demás son mejores y están en condiciones de calificarnos. En realidad, todos tenemos la labor de enfrentar distintas dificultades, por este motivo ninguna persona estaría en condiciones de evaluar la personalidad de nadie.  Hay que recordar que cualquiera puede hacer el ridículo en público, como dice el dicho “nadie es perfecto”.
Pero lo principal, será reconocer lo singular que nos caracteriza y valorarlo por encima de cualquier tipo de comparación o evaluador externo. Dejar de tener miedo de mostrar, compartir o intercambiar lo que somos, ya que si actuamos desde un lugar de autenticidad la mirada de los otros pierde relevancia.

Fantasmas

sábado, 20 de febrero de 2016

Sentirse solo

Desde el nacimiento somos recibidos por una familia que alivia el desamparo con el que venimos al mundo.
Aquella sensación de desvalimiento inicial parece conservarse en la memoria y actualizarse cada vez que nos sentimos solos.
Muchacha en la ventana. S. Dali
El sentimiento de soledad no coincide necesariamente con un estado de soledad, que revela que la persona está “sola en el mundo”. Sentir que uno está solo indica que hemos olvidado que los otros no solo existen como cuerpos físicos sino también como conceptos internos que nos acompañan en cada momento.
Cuando una persona querida nos deja, es común que el sentimiento de soledad ocupe terreno; pero tal sensación no debería extenderse en el tiempo, porque si falta una persona en su dimensión física, seguro surgirán otros capaces de alivianar dicha ausencia.
Es innegable: hay personas que nos resultan esenciales. Pero estas personas cuando dejan de estar en tanto cuerpos, siguen existiendo a través de las marcas que han dejado en cada uno. Es así que aquellos seres que participan en el alivio de aquel desvalimiento inicial de todo ser humano, existen en tres dimensiones: como cuerpos físicos, como imagen y como marca.
Por esta razón, ¿a que remite el sentimiento de soledad si en verdad nunca estamos del todo solos?. En este aspecto, es de suma importancia preguntarse frente a qué situación concreta surge el sentimiento de soledad, ¿en que área de la vida estamos solos?. La soledad suele ser vista como un mal a evitar, pero no debería ser considerada como un mal en si misma. Lo malo, en todo caso, es la significación que se le otorga a la soledad y a la independencia que ésta deja entrever.
Es saludable disponer, construir y alimentar los lazos sociales, porque no sabemos vivir de otra manera que en sociedad; pero lo cierto es que en ciertas situaciones vamos a estar un poco más solos. Esto ocurre, por ejemplo,  cuando es necesario tomar una decisión, cuando hay que responsabilizarse de algún acontecimiento, cuando elaboramos proyectos de vida; cuando vamos a una entrevista de trabajo, cuando rendimos un examen, cuando disfrutamos de una experiencia.
En estas situaciones paradigmáticas cada persona se enfrenta con su soledad, ya que nadie puede vivir por uno, ni tampoco hay reemplazantes cuando llega el momento de elegir el propio camino.
Por lo tanto, la relación con los otros nunca implica una anulación de la soledad individual, sino que las relaciones son producto de la alianza que se establece entre dos o más soledades compartidas.
De hecho, para poder estar con otros, y tener así vínculos enriquecedores, es imprescindible soportar la propia soledad haciendo las paces con ella.
Nadie aprende a estar solo sin haber tenido fuertes vínculos amorosos con otros que enseñaron a poder hacer ciertas cosas “solo”. Es este amor, el que permite que luego haya momentos de soledad que resulten placenteros. Asimismo, el placer tiene que ver muchas veces con saber pedir ayuda a tiempo.
La vida humana está inmersa en una intersubjetividad en donde se trata de una ida y vuelta entre la soledad y los otros. Será un desafío para cada quién encontrar un equilibrio entre la individualidad en solitario y los lazos sociales. Es frecuente que cuando tal equilibrio se pierde, toda la energía sea colocada en alguno de los lados de la balanza y surja el sentimiento de soledad. Al respecto, es interesante tener en cuenta que ese sentimiento se produce en base a una creencia más que en una realidad constatada. Si esperamos que alguien concreto venga a resolver la soledad, estamos fritos. Más bien se trata de entrar en uno mismo y salir a buscar con otros y no en otros.
Hasta la más profunda soledad se encuentra dibujada por las marcas que los seres amados dejan en la subjetividad, por este motivo no habría razones para creer que estamos realmente solos. La verdad es que siempre estamos acompañados, en soledad.

Concretar deseos


miércoles, 17 de febrero de 2016

Mi pareja me engaña

En la época actual existen muchos medios para conocer gente nueva y entablar una relación paralela a la relación de pareja, pero la infidelidad es tan antigua como la humanidad misma.
Una serie de señales pueden indicar que nuestro compañero o compañera está “en otra”.
Ante la sospecha de infidelidad, la reacción común es la de jugar al detective, investigando al otro, calculando sus movimientos, revisando sus cosas para encontrar la prueba del engaño.
Entrar en este juego de espionaje demanda gran energía y en todos los casos resulta angustiante. Sea como sea el resultado de nuestras investigaciones, no será agradable; ya que la angustia surgirá por saberse engañado o bien por saberse celoso. La sospecha con o sin prueba de los hechos, generará el sentimiento de desamparo y hará pensar en la verdad de toda relación amorosa: nadie es dueño de nadie. Aquel ser que tanto amamos o que creemos amar, puede irse en búsqueda de otros brazos.
Cuando la infidelidad es manifiesta ¿cómo hacerle frente a este malestar sin caer en la violencia, los sentimientos de inferioridad o la negación?.
Como primera medida, es importante controlar los impulsos, contener las agresiones y pensar en los antecedentes de la pareja. Antes de que comiencen las sospechas, ¿la pareja era feliz?.
Otro punto pertinente es evaluar el grado de comunicación que existe entre ambos, ¿la comunicación es fluida  como para que cada uno exprese sus sentimientos con libertad?.
La infidelidad suele ser el producto  de distanciamiento sentimental respecto a la pareja, lo cual presta el terreno para la aparición de un tercero. Tanto para hombres como para mujeres, la distancia emocional puede llevar a refugiarse en fantasías y buscar un alivio de las frustraciones de modo evasivo. En este contexto, la pareja deja de ser pareja desde el momento en que un tercer elemento se incluye en su mismidad, generando una suerte de despersonalización.
El hecho de vivir en la misma casa, tener hijos en común y compartir la vida diaria con alguien no garantiza la unión sentimental. Es preciso que haya cercanía y complicidad suficiente como para que el amor persista en el tiempo.
Antes del engaño, suele existir un conflicto del cual no se habla y que puede ser desconocido para los dos miembros de la pareja. Dicho conflicto tiene que ver con alguna insatisfacción que no se vincula necesariamente a lo sexual. En esta situación, algunas personas actúan sin haber resuelto sus paradojas y es así como ocurre la infidelidad, sosteniendo dos relaciones paralelas que representan los dos polos de la paradoja sentimental en cuestión.
Es cierto que las mujeres no aman de la misma forma que los hombres. Ellas aman y desean a la misma persona, en cambio ellos pueden amar y desear a dos personas diferentes. Pero los hombres, cuando aman seriamente, subliman esa división que caracteriza a la posición masculina. Renuncian a las dos para elegir a una entre otras, es decir que ellos también pueden concentrar amor y deseo en una misma persona.
Es común a ambos sexos la fantasía de tener un objeto de amor perfecto, con las cualidades que cada quien desee. Pero en la experiencia, uno puede corroborar fácilmente que tal objeto no existe más que en las fantasías, a modo de Frankenstein, es solo una imagen llena de atributos tipo collage. La perfección posible es aquella que no está basada en las cualidades sino en el amor.
Algo obvio pero a la vez fundamental es el hecho de que la persona que es infiel, lo es por no estar en condiciones de perder lo que debería perder. Desde nuestro nacimiento hasta nuestra muerte, las satisfacciones tienen un precio; y no es posible obtener ganancias si no hay pérdidas que las precedan.
La infidelidad, por lo tanto, es la actuación de un anhelo de completud imposible, que suele terminar en el sufrimiento y el escándalo.
En un caso de infidelidad, ambos miembros de la pareja  se ven perjudicados. Pero este perjuicio y el dolor que conlleva no se debe al acto concreto de estar con otra persona sino al engaño, la falta, la traición de la confianza; cuestiones que no tienen por que significar desamor pero si indican que la pareja estable ha llegado a una meseta y necesita remodelaciones.
Claro que esas parejas que escapan a la infidelidad han podido establecer las remodelaciones a tiempo, sin que los cimientos de la relación se conmuevan. Pero si una pareja tiene un problema de infidelidad, esta crisis puede ser una ocasión para empezar de nuevo ya que la infidelidad en sí misma no alcanza para romper una pareja, hacen falta otras razones de base para que eso suceda.
Frente al engaño, responsabilizarse de los propios sentimientos, temores y deseos es fundamental para conservar un lugar digno y seguro frente a la situación. La infidelidad suele ser un síntoma de pareja y no tanto del individuo, por esta razón no llevará muy lejos creer que el que engaña es el victimario y el engañado es la víctima. Resultará más productivo poder ubicarse como protagonista de la situación de infidelidad, entendiendo a ésta como resultado de un malestar compartido.
Una infidelidad genera desasosiego y lastima la estabilidad de una pareja, por lo cual puede significar la gota que rebalsa el vaso y apuntalar la separación. En otros casos, esta crisis sirve para el crecimiento de la pareja, permitiendo reencontrarse desde otro lugar, reformulando las condiciones y las razones para seguir juntos.
En cualquier caso, el engaño es el comienzo del fin. Podrá ser el fin de la pareja o el fin de una etapa en la vida de la pareja, esto dependerá de los amantes; ya que está en sus manos la posibilidad de retener o de inventar el amor.

El amor y sus efectos

Pero el amor, esa palabra...






lunes, 8 de febrero de 2016

¿Cómo ven los niños a sus padres?

En la primera infancia se constituyen los sistemas psíquicos más importantes. A partir de los recursos simbólicos que los adultos van ofreciendo al niño, éste consolida su forma de ser.
Sabido es que en esta etapa de la vida los padres cumplen un papel fundamental para la inserción del pequeño en la cultura y la satisfacción de las necesidades básicas. A causa de este desvalimiento inicial, el marco amoroso es imprescindible para que el niño crezca sano emocionalmente.
En principio, el bebé percibe al otro materno como la única vía de conexión con el mundo, no pudiendo distinguir donde comienza su propio cuerpo y donde termina el cuerpo de la madre. Al poco tiempo de estar fuera del vientre materno, el bebé no solo incorpora la presencia de la madre sino que también comienza a reconocer la voz del padre como componente esencial de la vida familiar. Luego se irán sumando las voces de otras personas significativas (hermanos, abuelos, tíos), ampliándose cada vez más la matriz simbólica en donde habitará el niño el resto de su vida.
Es así que la madre es concebida como un todo que satisface las necesidades y deseos del niño. El padre por su parte, va adquiriendo su valor normativo y legal por estar  o por haber estado al lado de la madre, ya que ésta reúne un cúmulo de significaciones esenciales para el niño. Al principio, la función del padre no opera por si misma sino por intermedio de la palabra materna, por este motivo las situaciones no son las mismas cuando la madre permite la entrada del discurso paterno que cuando ella cierra tal posibilidad.
Los niños pequeños ven a sus padres como grandes dioses que pueden proveerlo de cualquier cosa. La mente infantil no comprende aún el concepto de dinero o las limitaciones económicas. A su vez, los padres idealizados son inmortales debido a que el niño no posee la idea de la muerte hasta una edad avanzada (a partir de los 9 años de edad).
Para un niño, los padres transmiten la razón y el fundamento de las cosas. Aunque desobedezca, haga berrinches y se rebele frente a las normas, la palabra de los padres es para él lo más valioso. En este punto los padres son su modelo y sistema de referencia para interpretar las cosas del mundo.
Hará falta un largo proceso para que ese niño pueda construir una visión más realista de sus padres, permitiéndose el desvío de pensar diferente a ellos y gozar de cierta independencia.
En la niñez, los padres son el hogar del niño, más allá del lugar geográfico en donde viva, más allá de si sus padres están juntos o separados. Lo verdaderamente importante, no es que los padres sean todopoderosos y coincidan con la imagen perfecta que el niño tiene de ellos, sino que sean capaces de crear y mantener un ambiente amoroso para alojar al niño.
Este hogar brindará un sostén para su crecimiento, desarrollo y evolución.
El niño podrá percibir muy tempranamente tanto las congruencias como las incongruencias en el discurso de los padres, cualquier vestigio de duda en ellos se transformará en una duda del niño. Cuando capte algún tipo de lejanía o distanciamiento, tendrá miedo de ser abandonado o suplantado por otro niño, atribuyendo las posibles fallas de los padres a sí mismo.
Por esta razón es tan importante que los padres hablen con sus hijos y eviten subestimarlos creyendo que los niños no son capaces de comprender problemas de los grandes.
Con la escolarización, el niño podrá abrirse paso por fuera de la esfera familiar conociendo lazos de amistad y compañerismo con otras personas. La condición para que esto suceda es que los padres reconozcan ante el niño sus propias imperfecciones, de modo que tenga permiso de equivocarse, arrepentirse, explorar territorios nuevos sin sentirse culpable.
Cuando los padres se permiten fallar, los hijos también tendrán la capacidad de embarcarse en nuevos desafíos sin caer en sentimientos de desaprobación.
A medida de que los lazos sociales del niño se van expandiendo, la visión ideal de los padres se modifica, siendo la adolescencia la etapa que más demuestra los efectos de esta modificación en la imagen de los padres. En la niñez como en la adolescencia, los padres deben respetar la palabra del hijo, reconociendo la importancia que los distintos acontecimientos tienen para él, sin menospreciar las vivencias fundamentales.
El niño podrá soportar la caída de la imagen perfecta de los padres, siempre que ellos soporten la singularidades de su hijo y no quieran transformarlo en algo que no es. El niño podrá tolerar las carencias materiales pero le será difícil perdonar las carencias afectivas y el desamor.
Un niño siempre esperará amor de sus padres y él podrá brindarlo a montones, pero su mayor deseo será verlos felices. Cuando los padres dejan de ser perfectos, solo importará que sean felices, ya que el niño hace el siguiente razonamiento: “si ellos están felices, es porque están contentos de tener un hijo como yo”. Los padres pueden estar mal por muchos motivos, pero el niño no podrá evitar involucrarse en las causas tanto de satisfacción como de insatisfacción de los padres, motivo por el cual los niños necesitan sentirse amados más allá de las circunstancias cambiantes de la vida.
En la adultez, la persona puede conservar algún elemento de aquella visión infantil de los padres, y ante cualquier desventura sentir que los ha defraudado. Pertenece al pensamiento infantil la idea de que los progenitores quieren que sus hijos sean ingenieros, médicos o empresarios, cuando en realidad, los padres quieren que sus hijos sean felices de la forma que sea (al menos así debería ser).
Por lo tanto, la modificación de la imagen de los padres representa un pasaje que favorece la independencia, la seguridad y la estabilidad del sujeto. En este trayecto, es indispensable que opere una separación simbólica entre los padres y su hijo. La separación otorgará autosuficiencia y evitará dificultades futuras en torno a la toma de decisiones; a su vez, permitirá la apropiación de un estilo, la adopción de una posición ideológica propia y la asunción de una orientación sexuada.
Siendo ya adulto, la persona deberá tolerar las diferencias que pueda tener con sus padres tratando de encontrar un punto medio: no ser igual que ellos y tampoco ser lo contrario a ellos. Aunque el niño luego se transforme en adulto, siempre conservará su lugar de hijo, lugar valioso e irremplazable al que deberá recurrir cuando llegue el momento de ser madre o padre. En el cuidado de sus criaturas, será tarea de los padres transmitir una mejor versión de la paternidad y la maternidad, aprendiendo de sus hijos a encontrar la felicidad en las cosas más sencillas de la vida; porque si los padres son felices los niños también lo serán.

Sobre la función paterna
http://psicologapaulalucero.blogspot.com.ar/2011/10/sobre-la-funcion-paterna.html





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