“…mi estrategia
es que
un día
cualquiera
no sé cómo ni sé
con qué pretexto
por fin me necesites”.
Mario Benedetti.
Táctica y Estrategia.
Luego de colgar el teléfono con cierta violencia, se
recostó en el sillón por un buen rato. El sol de las seis de la tarde emprendía
su lenta retirada, y volver a escuchar esa música nunca era buena idea.
Que sonara el teléfono otra vez, para escuchar esa
voz que era una música a medida. Música que solía dejarle un sabor amargo.
¿Demasiado?. Nunca bastaba, entonces ¿cómo podría ser demasiado?.
Lo cierto era que él no cantaba ni en la ducha, era
ella la que transformaba palabras vacías en palabras llenas; un dicho como
cualquiera era escuchado como canción de amor.
Ella proyectaba sus mayores sueños en ese cuerpo, y
era la altura que alcanzaba la satisfacción lo que le provocaba semejante
miopía a partir de la cual todo lo demás resultaba mediocre.
No era fanatismo, ya no tenía edad para esas
tonterías.
La situación emocional consistía en un
descubrimiento, como eso que uno siente al encontrar un papelito adentro de un
bombón que dice “deseo cumplido”. Como los bombones, toda satisfacción por más
intensa que sea tiene su fecha de vencimiento. Que las letras sean pequeñas no
implica que no sean legibles.
Normalmente era una persona activa, para no decir
hiperactiva. Pero los altibajos, las preguntas y esa intuición empecinada
terminaban por consumir la mayor parte de su energía.
Fervientemente, pensaba que con él estaba arriba y
que sin él estaba abajo. Down, bajón, mediocridad de estar abajo.
A la vez que quería la paz mundial, también quería
una guerra. Odiaba esa patética postura que había tenido que asumir. Postura de
loca, loca de amor digamos. Por más inteligente que hubiera sido antes, era
seguro: ya no estaba en sus cabales.
Todo el mundo podía observar cómo su discurso
trastabillaba incansablemente, como le había dicho la tonta de la amiga de su
hermana “Ay Mari! ¡No parás de hacer lapsus!”. <¡Quién se cree que es!, aparte no tengo la menor idea de lo que es un
lapsus>, pensó al fruncir el ceño. Tampoco le quedaba ánimo como para
saber que era un lapsus y porque le pasaba eso. Como si pudiera cambiarlo…
Mari lo reconocía con resignada aceptación: su vida se
regía por un movimiento pendular que, como todo péndulo, no iba para ninguna
otra parte que a un lado o al otro.
Conocía muy bien lo que era estar en la tierra y en
el cielo, en un lado o en el otro era lo mismo. Porque el dialogo siempre
empezaba y terminaba de la misma manera, con la misma abertura hacia lo
indefinido, esa indeterminación patética.
-Ya lo sé, y
¿entonces?, ¿A vos que te pasa conmigo? -Insistía Mari, como siempre.
-Nada. O sea,
te quiero pero vos te mereces algo mejor que yo -Contestaba él como si le
hablara a una pared de vidrio.
-Pero yo te
amo, Leo -Ella sentía que lo amaba a pesar de todo. Su cuerpo se iba aflojando
con cada palabra de Leo.
-Alejarnos es
lo mejor para todos.
Con esas últimas palabras, Leo sellaba toda
posibilidad. Y sucedía, Mari rompía en llanto y pensaba que jamás se
recuperaría de ese pesar. Como cuando el médico se dirige a la familia
expectante de un enfermo y profiere esas temidas palabras “hicimos todo lo
posible, pero no hubo una respuesta favorable y ya nada se puede hacer”.
Este diálogo resonaba en su cabeza como un dictamen
absurdo y sádico. Retornaba, una y otra vez sin que tuviera control alguno
sobre esto. La voz de Leo aparecía como de repente mientras ella hacía las
típicas cosas que hace cualquier persona, y así podía escuchar algunas palabras
dichas que no lograba entender.
La cuestión es que ya era una mujer grande, no podía
estar en su casa parasitando a causa de su amor.
Para recuperarse rápido la técnica de recordar solo
lo que conviene siempre daba sus frutos. Mari se quedaba con ese mísero “te
quiero” que había salido de la boca de Leo. De esa forma podía seguir con sus
actividades normales.
Esas contestaciones de él, la frase sentencia “ya
fue”, eran un alambre de púa incrustado en su destino. Siempre fue partidaria
de las cosas simples y los juegos de mente, pero esto ya era el colmo.
Por algo sería, que Leo disfrutaba mucho de jugar al
truco, claro estaba: era un excelente jugador de la mentira y la apariencia.
<Hubiera
jurado que me quería, que buen actor>. Volvió a pensar Mari. <Deberían
darle una medalla por venderse tan bien y relacionarse con los demás mostrando
su carisma. Ángel, dicen. Tiene ángel>.
De Mari, no decían lo mismo. De ella decían que era
divina e inteligente.
Ya era hora de levantarse del sillón, si llegara a
quedarse allí por más tiempo terminaría hundida entre los almohadones.
De un solo golpe se puso de pie, y hasta le pareció
divertido marearse un poco. Mientras buscaba la toalla para refugiarse en una
ducha caliente, no pudo evitar pensar que tal vez todo salió mal porque ella
era una mujer demasiado verdadera. La cuestión irremediable era que no tenía
ángel.
La obviedad caía por su propio peso, el hecho de ser
una mujer divina, inteligente y bella, no le alcanzaba para poder estar con
alguien como Leo; del cual se dice “tiene ángel”.
-¿Quién es la
mujer que puede estar con alguien así?. ¿Existe?, ¿Quién es?. Si supiera quién es la mataría- dijo
murmurando.
La realidad volvió a tomarla entre sus cuerdas
afinadas y pudo decir en voz alta:
-No, esa mujer no existe. La mujer que parece completa, enseguida deja
de causar efecto. Porque detrás de esa aureola angelical, maternal ¿que hay?:
hay nada.
Mari se iba acostumbrando a los cambios de humor
cada día más, pero más que estar enojada con Leo, estaba furiosa consigo misma
por haber caído. Fall in love…sin
poder levantarse de nuevo.
La carta, que pretendía ser la última que le
escribiría a Leo, fue pensándola mientras se enjuagaba el pelo lleno de crema.
El aroma de frutas del acondicionador de pelo la conectó con sensaciones de paz
y voluptuosidad.
Ni siquiera pudo cambiarse, ya que tuvo que correr a
la computadora para escribirle:
Te
espero en las profundidades de la vida. Debajo del universo, los relojes y las
brújulas; donde es imposible distinguir entre el día y la noche, el frío y el
calor. Aquí abajo no hay tiempo, solo hay imagen. Una imagen que aparece por
impulso entre mis ojos, horus de ensueño. La imagen en donde estoy de espaldas
a mi misma y vos me abrazas tan fuerte que ya no se puede imaginar nada después
de eso. Tan cerca que podía sentir los latidos de tu corazón galopar sobre el
mío, con insistencia y osadía, como invitándome a bailar su ritmo.
Pero
yo no soy así, soy más lenta, menos apasionada, más constante. Vos necesitas a
alguien que se lleve bien con los bordes del abismo, y pueda convivir con la
vida y la muerte, que pueda soportar ser amada sin ser deseada.
La misma corriente cálida que la había obligado a
escribirle la llevó a presionar Enter. Vio que la casilla de e-mail le daba una
última oportunidad para redimirse y deshacer el mensaje enviado, pero no pudo.
De modo que lo envió sin animarse a leer lo que ella misma había escrito. Era
una carta de despedida. <Que sea lo
que Dios quiera, seguro tiene razón y
no podemos estar juntos. Lo mejor es que me olvide de todo esto>, pensó.
Con un aire triunfante y decidido, apagó la
computadora e intentó localizar su camperita negra entre todas las cosas que
había en el perchero.
Por fin se sentía capaz de superar esa mala experiencia
y empezar de cero, con otra actitud esta vez. Su mirada sería positiva a partir
de ahora.
-El se lo
pierde- dijo con un todo socarrón mientras se recogía el cabello.
Antes de salir, dio un último vistazo al espejo.
Todo parecía estar en su lugar. Su mano tuvo que alejarse del picaporte cuando
comenzó a sonar el teléfono.
Sin pensar en nada, atendió con prisa:
-Hola
-Hola Mari,
¿podes hablar?- Dijo Leo con voz de niño inocente.
Mari no podía creer lo que le estaba pasando. Su
castillo de suerte se deshacía ante sus oídos.
-No, Leo, ya
fue. Dijimos que no podemos estar juntos ¿o no?
-Si pero yo te
extraño.
-Ya lo sé, y
¿entonces? ¿A vos que te pasa conmigo?-Insistía Mari, como siempre.
-Nada. O sea,
te quiero pero vos te mereces algo mejor que yo-Contestaba él como si le
hablara a una pared de vidrio.
-Pero yo te
amo, Leo. ¿Por qué no lo entendés?-Ella sentía que aún lo amaba. Su cuerpo
parecía desarmarse de a poco.
Luego de un silencio, Leo profirió sus líneas:
-¿Sabes qué?,
discúlpame por haberte llamado. Creo que alejarnos es lo mejor para todos.
Mari colgó el teléfono y se sacó la camperita negra.
Necesitaba sentarse un momento en el sillón para recomponerse. Pero no
permanecería allí por mucho tiempo, o terminaría sepultada entre los resortes y
los almohadones color crema.