No voy a sumar los años que pasé luchando con
mis propios pensamientos. Los años pasaron y jamás volveré a creer que el
tiempo lo cura todo.
Esta no es una historia de amor, sino un
relato de cómo hice para asumir lo imposible. Es lindo creer que no hay nada
imposible, sobre todo en el amor. Pero la verdad es que también en el amor lo
imposible labra su ruta.
Tengo una vinculación especial con las cosas
difíciles, pero fui evolucionando y ya no me empecino en transformar las
imposibilidades ajenas. Bastante tengo con mis propios impedimentos como para
tener que asesorar a mi amado.
El problema es que mi amado no quiere ser mi
amado. Decirlo de esta forma hace que duela menos, lo digo de forma casi infantil
para incorporarlo a mi vida de la manera más humorística. Además, yo lo amaba
desde siempre y eso no aseguró ninguna correspondencia. Esa reciprocidad solo
existía en mi imaginación.
Amarlo así me dio muchos frutos que sí puedo
contabilizar, claro que no pude compartirlos con él. Este amor me hizo producir
de todo pero jamás me dio seguridades de ningún tipo, todo lo contrario: amarlo
siempre fue una montaña rusa sin un operador que controle la velocidad y el
tiempo.
Yo no quería aceptar que mi gran amor, a
ver…dueño de mis fantasías más extravagantes, centinela de mis sueños, garante
de mi libertad, no quisiera estar conmigo. Mirándolo en perspectiva, entiendo
por qué no quería resignar la esperanza de tenerlo junto a mí: él tenía el
poder de inspirarme.
Llegó un punto en donde negar la realidad era
inútil y me vi obligada a abandonar toda intención de estar con él. Traté de
encontrar las causas por las cuales cometí esta equivocación de creer que un
imposible era posible, pero solo obtuve unas pocas ideas indemostrables.
Luego de las hipótesis pobres surgieron las
conclusiones igualmente insuficientes: nosotros no estamos juntos porque nunca
estuvimos juntos, solo fuimos una despedida interminable.
No me siento culpable, tengo en claro que yo
podía y él no.
Sea como sea, por fin logré familiarizarme
con la idea que todos me trataban de inculcar, ellos querían que yo me
convenciera de que Gabriel no es para mí.
Todavía me parece tonto creer que no es para
mí cuando sé que si lo es, mejor diría que él no me merece. No merece una mujer
como yo porque no sabe ser feliz, prefiere complicarse la vida para pasarla
mal.
Yo funciono diferente, pasarla mal no es un
buen plan. No estoy acostumbrada a tratar con gente que toma y deja a
las personas como si fueran cosas, mis padres me han educado para amar pero
también para ser amada.
Cuando creí que este amor era algo posible,
lo viví como un verdadero descubrimiento. Sin embargo, él no creyó ni descubrió
nada. Cuando la evidencia le aplastaba la cara, se fue.
Quiero aclarar que no me abandonó,
simplemente se fue de la escena del mismo modo en que entró: intempestivamente.
Podría recurrir a la psicología para explicar
cómo en las neurosis obsesivas coexisten dos corrientes de pensamiento
contrapuestas, pero en este caso no hay nada que explicar. Se fue porque no me
quiere, y este desamor no es algo agradable pero tampoco es una tragedia. Darme
cuenta de esto fue lo que me permitió salir de la encrucijada en la que estaba.
Pero para poder asumir lo imposible tuve que
conectar todo: él no me quiere porque yo podría hacerlo feliz, entonces no me
merece.
Si no me merece, yo tampoco lo quiero, porque
yo necesito una persona que sepa hacer algo con lo mejor de mí.
Hasta el día de hoy creo que es una lástima,
porque mi amor era auténtico y me hacía pensar que si estábamos juntos seríamos
mejores personas que si estábamos separados. Pero eso, también es indemostrable.
Tal vez me quiere, pero su querer es impotente.
Me quiere enmarcada en un cuadrito que su mujer contempla sin saber que soy yo,
me prefiere dentro de un sobre que guarda en un cajón bajo llave. Si me ama
como dijo, me ama sin boca, ni oído, ni mirada. Me ama telepáticamente.
Nada de su forma de amar tiene utilidad para
mí.
Sin embargo, cada tanto me olvido que no me
merece, y vuelvo a preguntarme: ¿en serio no me quiere?. La seriedad en el amor
es lo único que cuenta, y si Gabriel me quiere no me quiere en serio, de eso no
cabe duda.
Después de todo, amar con seriedad es asumir
lo imposible para construir posibilidades.
No hay comentarios:
Publicar un comentario