Al mediodía tuve que agarrar la almohada que usabas
y recostarme sobre ella sin pensar en nada, el perfume que quedo cuando dormías
fue mi manto y la cuota diaria de supervivencia. Ya son las ocho de la noche y sigo
esperando que las horas no transcurran, es decir, que el ciclo del planeta se
corte y la tierra deje de girar. Solo quisiera descansar de todo lo que tengo
que hacer, cosas que hago al modo de una marioneta sin alma propia.
Ese lavarropas infernal ya no hace ruido, y el solo
hecho de saber que tengo que colgar una ropa que no es tuya me da
palpitaciones. Sé que voy a terminar en el patio, con la cara congelada y la
mirada perdida en un punto lejano que se va descompletando.
Ya me lo dijeron, es infructuoso salir al patio y
pretender que cuando vuelva a entrar a la casa estés desparramado en el sillón
como solías hacerlo a esta hora.
Sin embargo, en la oscuridad de la noche, espero que
grites mi nombre y me preguntes donde deje esto o que hice con esto otro. Pero
solo se oye el sonido que hacen mis manos cuando cuelgo mi ropa húmeda en la
soga.
Seria, cansada y con el gesto apretado, ya no
recuerdo que hice ayer, o cuándo fue la última vez que las cosas sucedían sin
tanto esfuerzo. Cada idea está contaminada de emociones tóxicas que van dejando
esas imágenes nuestras cuando pasan. No hay remedio que me libere de esas fotos
mentales que te traen hacia mí sin cesar.
A pesar de todo, a veces duermo. Los sueños son
siempre inquietantes y al despertar, lo
único que encuentro es el silencio y la quietud de estar sola.
Solo puedo sostenerme de una imagen desgarrada en
donde hacíamos todo juntos. Ni siquiera puedo volver a ver esa foto tuya que
está debajo de un folleto, adentro de mi agenda. No quiero verte si no vas a
estar, y a la vez, no dejo de verte parado al lado del teléfono buscando algún
papelito de esos en donde yo anotaba todo, o caminando por la casa buscando
cosas para ordenar. Pero ya no me hablas, ya no puedo tocar tu pelo dorado ni
observar cómo tus pestañas danzan al verme entrar.
Al final del día, mis ideas se manchan de preguntas
sin sentido, sin destinatario, ¡como si no supiera la respuesta!. Son saberes
que agrandan esta herida abierta y hacen que el tiempo se derrame sin cesar
como agua entre los dedos.
Extraño hasta las realidades calladas, y esos roces
en el cuerpo cuando uno iba para la cocina y el otro para el comedor. Montaña
rusa entre un amor sin límites y el odio
más profundo, porque me dejaste y habíamos dicho que nos íbamos a ir juntos.
Aunque siento que hablo en una lengua muerta, por lo
menos hablo.
El tiempo ha pasado, pero aun así mis párpados se
siguen cerrando para amortiguar el golpe. Recuperarse, levantarse, seguir con
mi vida, siempre me dicen ese tipo de cosas. Que saben ellos de mi dolor…
Quiero desafiar el dicho popular que dice “todo
pasa”, todo pasa menos vos. Vos y también lo que yo era cuando estaba a tu
lado.
Los días se van sin que yo pueda registrar ningún
momento importante. Se cortó el hilo que me hacía levantar cada día. Aunque me
quejara y no quisiera hacer de comer, yo estaba con vos y eso era suficiente
para sentirme viva. Hablo de esa felicidad de tenerte conmigo, de saber que
tenemos planes, que una vez al mes vamos a ir al cine y una vez por semana
iremos a cenar. Una felicidad cotidiana, imperfecta pero eficaz, que empecé a
sentir desde el primer día en que nos conocimos.
Tan cerca estaba de cambiar mi vida que la primera
vez que dijiste que me amabas me pareció una broma del destino, o un
resarcimiento por todo lo que me había tocado vivir. Aquel día, el sol rodeaba
tus pestañas haciendo que tu cara se acercara a mí en tres dimensiones. Yo
permanecía con las piernas cruzadas, como si estuvieran atadas al banco de la
plaza. Ya en aquel entonces, tenía miedo que mis piernas se soltaran prescindiendo del resto de mi cuerpo, para
abrazarte eternamente y jamás dejarte ir.
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