martes, 17 de febrero de 2015

Demanda de felicidad y fin de análisis

Ps. Paula F. Lucero
 “La felicidad es darse cuenta
que nada es demasiado importante”.
Antonio Gala


La condición humana. René Magritte.
Es común que, en las primeras entrevistas, los potenciales analizantes dividan su historia en dos momentos: un tiempo previo en donde fueron felices y el presente, en donde ya no lo son. En menor número, se presentan aquellos que describen la búsqueda de una felicidad jamás experimentada. En estas situaciones la felicidad aparece como un bien preciado que desea recuperarse o alcanzarse.
El analista recibe la demanda de felicidad que los pacientes traen, pero a dicho pedido le hace contrapeso con su deseo: el analista, tal como afirma Lacan, “no puede desear algo imposible”(1). La posición del analista se sostiene de un deseo vaciado de ideales.
En El Malestar en la cultura, Freud caracteriza la vida humana como “gravosa”, por estar plagada de “dolores, desengaños y tareas insolubles”. Una gran cantidad de tiempo es destinada a calmar o anestesiar  los padecimientos, las frustraciones y el estrés que la vida presenta.
El fin perseguido en la vida, la felicidad, es establecido por el principio del placer que orienta los procesos anímicos hacia lo placentero. Al respecto, Freud afirma que la pretensión del principio del placer es irrealizable: “…el propósito de que el hombre sea <dichoso> no está contenido en el plan de la <creación>”(2). Esto ocurre no solo por las condiciones del mundo exterior sino fundamentalmente por la constitución psíquica misma.
La felicidad, esa que no existe, alude a un estado de plenitud absoluta, “sin sombras” al decir de Lacan. Se trata de un estado de beatitud y tranquilidad en donde todas las necesidades estarían satisfechas, no habría perturbación alguna y el sujeto tendría todo lo que quiere tener.
La economía libidinal demuestra incansablemente que la creencia de que un objeto o un bien determinado, podría darnos esta felicidad, es errónea. Una vez alcanzado, el maravilloso objeto pierde su color…Lo mismo ocurre cuando se trata del deseo, el deseo no habita en tal o cual objeto si no que “es el cambio de objeto en sí mismo”.
El ser humano no está hecho para permanecer en la cima, solo le está reservada una felicidad episódica. Si la felicidad como objetivo permanente no es posible,
¿qué criterios determinan el fin de análisis?.

Las condiciones psíquicas
El desarrollo de  la subjetividad humana consiste en la incorporación de legados culturales y familiares que se asientan en distintas formaciones psíquicas. Dichas formaciones representan una limitación y ordenamiento de las tendencias iniciales de la llamada perversión polimorfa. La cultura, bajo la forma específica del super yo, impone restricciones a la pulsión, como si dijera: “solo podrás ser un poco feliz si pagas el precio”. Una persona adulta, comprende que sus placeres tienen un costo que estará dispuesto a pagar o no.
Si por felicidad se entiende satisfacción pulsional, la consolidación de la estructura psíquica implica la reducción del placer, el rodeo hacia la satisfacción e incluso una renuncia a ciertos deseos. Goethe acierta al afirmar que “la felicidad nace de la moderación”.
Desde los inicios, Freud planteó que la vida anímica está marcada por un conflicto incesante entre la sexualidad y el yo. Retomando estas afirmaciones, Lacan precisa los conceptos de goce y deseo. Éstos nos remiten a la oposición ancestral entre lo prohibido y lo permitido para el ser hablante.
La prohibición no solo recae en los objetos incestuosos, luego se extiende a todos los lazos que el sujeto establece con sus objetos.  Sabido es que existe una línea delgada entre el placer y el sufrimiento, fácilmente lo hermoso puede transformarse en algo tortuoso si se produce un cambio en la intensidad, la frecuencia y la duración de los encuentros con los objetos de satisfacción.
Por lo tanto, esta conflictiva humana se refiere a la moral (lo correcto y lo incorrecto) pero fundamentalmente a la ética (lo deseado y lo no deseado). Es común que la mayoría de las veces la moral y la ética no coincidan, por lo cual solo podríamos hablar de una felicidad limitada. Al parecer, las cosas pueden disfrutarse siempre y cuando no sean “demasiado” buenas.
En la teoría de Freud, el límite entre el placer y el dolor es una cuestión de economía libidinal. El problema de la distribución de libido es planteado en términos dinámicos: la libido se estanca, se acumula, se descarga o circula.  Cuando las cantidades se concentran en un solo lugar, se genera el empobrecimiento en otras áreas. Algunos sectores se cargan demasiado y puede producirse el “desborde” emocional, palabra que está de moda en la actualidad.
Más avanzada su obra, Freud describe una clase de placer paradójico, doloroso, que se presenta como compulsión de repetición. Normalmente existe una mezcla de energías psíquicas: la destrucción y la creación. La compulsión surge cuando hay desmezcla pulsional y la libido se separa, quedando solo una aspiración a la descarga de estímulos, la destrucción de la pulsión de muerte.
El aburrimiento, la tristeza y la angustia son afectos tan conocidos por todos, que cabe afirmar que la verdadera lucha no es entre el sujeto y el mundo exterior sino entre el sujeto y su propio masoquismo primordial.
La conflictiva psíquica perpetúa la división del sujeto, siempre convocado por su acto, se ve compelido a elegir entre la medida o el exceso, el deseo o el goce.
El exceso habita las fantasías, por lo que muchos analizantes anhelan una vida
imposible de vivir: “vivir sin comer o comer sin engordar” , “estar con todas las mujeres sin perder a ninguna” , “ser millonario sin trabajar”. Los ejemplos se multiplican cuando el analista recuerda las formulaciones de la demanda de felicidad que traen los pacientes.
Desear lo imposible es entonces una tendencia estructural que habita el discurso, tejido simbólico que precede y recibe al niño cuando llega al mundo.
Al decir de Lacan, este mundo es en realidad inmundo, ya que nunca se obtiene una representación acabada de él. La llegada a lo real del mundo es amortiguada por el registro simbólico que presta la red necesaria para la construcción de escenas imaginarias. La evolución psíquica del ser humano se produce merced a un incesante proceso de elaboración de lo real que nunca es exhaustivo. En este punto, el síntoma revela las posibilidades de elaboración de cada quien; testimonia el efecto que lo impensable tiene en la persona, ya que el síntoma es una forma de hablar de lo real con el cuerpo.
En numerosas oportunidades, Lacan afirma que el psicoanálisis es una práctica que se ocupa de lo que no anda: lo que no anda es “una gran fatiga de vivir como resultado de la carrera hacia el progreso”(3). En esta hazaña posmoderna, la felicidad forma parte del horizonte, circulando la idea de que ser feliz consiste en tenerlo todo, al menor precio y lo más rápido posible.
Este ideal de felicidad es la propuesta social más exitosa de todos los tiempos, ya que clava su oferta en el blanco de la estructura psíquica: la mayor dificultad del ser humano consiste en tolerar la falta. Los objetos de la tecno ciencia prometen la cobertura y hasta la abolición de la falta, generando la ilusión de que existe un placer que no tiene costo. Los límites entre lo imposible y lo posible se vuelven cada vez más difusos hasta el punto que se invita a los sujetos a consumir lo imposible mismo.
En la demanda de felicidad, cada analizante compartirá con el analista aquellos pedidos que hace a las estrellas, al universo, a la luna, al espejo o a su Dios. Pedidos más o menos desesperados que se arman con la pasta de los ideales sociales de nuestra época y las marcas que los otros han dejado en su historia singular.

Las formas de la felicidad
Respecto a la felicidad, el amor suele reunir las mayores expectativas. Si alguien pudiera elegir entre “suerte en el juego o mala suerte en el amor”, de seguro dejaría el dinero para ser amado.
Las formulaciones típicas de la demanda de felicidad tienen que ver con la posesión de bienes u objetos de amor, en donde nunca se prescinde de una utopía llena de elementos felices. A las ganas de disfrute personal suele agregarse el afán por demostrar los logros a los demás. He aquí una aspiración narcisista que muchas veces impide ver las verdaderas intenciones que la persona tiene.
Ciertas figuras prestan las imágenes de la felicidad, mostrando la cara tragicómica del sufrimiento humano: el alumno perfecto, el empresario exitoso, superman o la mujer maravilla, la mujer o el hombre ideal. Estos personajes imaginarios hacen eco en el consultorio revelando que el sujeto reniega de su impotencia, padece sus carencias pidiendo completud.
En cada versión de la felicidad el acento es puesto en diferente objeto, pero el trasfondo es el mismo: una fantasía de libertad.
Al poco tiempo de trabajo analítico el espejismo se revela: se pretende encarnar estos personajes porque son distintas figuras de la autosuficiencia. Pero el sujeto cuanto más cree que hace lo que quiere, menos libre es, en la medida en que si hay sufrimiento, seguramente no está solo en ese camino.
La búsqueda de una felicidad absoluta acarrea uno de los males más angustiantes: la esperanza.  Se espera el llamado, el cumplimiento de una promesa, el milagro o la clemencia del destino. En su pretensión de despojarse de aquello que lo mortifica (sus vacíos), el sujeto vive a destiempo, presintiendo que algo genial está por pasar y nunca ocurre. Y si algo importante ocurriera probablemente no podría verlo, ya que la demanda de felicidad plena pertenece a otro espacio, a otro tiempo.

Transformaciones de la demanda
La independencia tan ansiada por el neurótico resulta ser un fin posible si está dispuesto a reformular sus pretensiones. Es necesario poner reparo en las posibilidades del propio psiquismo, interrogando las ideas de felicidad para situar la implicación del sujeto en dichas fantasías.
Por lo tanto, esta pregunta por el propio deseo se instala en un devenir. La respuesta que el sujeto pueda elaborar, no se presenta como la solución a todos los males, la receta perfecta, sino más bien como una brújula que orienta sus actos de allí en adelante.
La libertad deja de pensarse como una desvinculación del Otro y comienza a surgir la chance de vivir mejor con lo que ese Otro ha podido dar, lo cual implica restarle protagonismo a las fallas del Otro para dar lugar al propio pensamiento.
El análisis invita a descubrir que la libertad del sujeto no depende de un acontecimiento puntual sino de un cambio de posición. El sujeto es libre cuando deja de sentirse culpable y se concentra en hacer cosas interesantes, por más dividido que esté.
La felicidad permitida al ser humano está moderada por la castración, de modo que el disfrute exige siempre una pérdida. Siguiendo a Winnicot, puede decirse que las pérdidas  se toleran mejor si el sujeto posee “la capacidad para estar solo”.
Por otra parte, el precio a pagar por aquello que se quiere nunca debe ser impagable, es decir, no es necesario concentrar todos los recursos en un único objeto. La felicidad nunca surge de lo exclusivo e inmóvil, sino más bien de la distribución de los recursos.
Respecto a nuestra función como analistas, Lacan plantea una suerte de criterio para dar “el alta”: “Cuando un analizante piensa que él está feliz de vivir, es suficiente”(4). En 1975, el maestro parece situar una clase felicidad, aquella que es posible. Estar “feliz de vivir” es un estado sentido y ya no imaginado, entiendo que Lacan se refiere a un disfrute sostenible en el tiempo, donde el sujeto ha dejado de sufrir por aquello de lo que carece. También puede decirse que encuentra suficientes razones para vivir, a pesar de todo.
Por lo tanto, un análisis nunca satisface la demanda de felicidad, porque “la felicidad” no existe, más bien colabora en la búsqueda de pequeñas felicidades que permiten disfrutar más de los trayectos que de los fines.
Estar feliz es un estado que cada quien significa a su manera. No puede decirse lo mismo respecto al ser feliz, ya que el ser humano nunca es feliz allí donde ocurren las cosas. La felicidad del ser es algo perdido, solo podemos disfrutar del contraste, decía Freud.
Cuando una cura se organiza alrededor del ideal de felicidad, se corre el riesgo de caer en un pesimismo ingenuo o en un optimismo ciego, lo cierto es que no es posible que todas las cosas anden bien en la vida de alguien.
Sin embargo, es alentador saber que basta con que unas pocas cosas anden más o menos bien para que un destello de felicidad aparezca. Felicidad singular, incompleta, huidiza pero a la medida de cada uno.
En el proceso del análisis, la demanda de felicidad se transforma en una pregunta por el bienestar. Y esta pregunta habita en lo cotidiano, las cosas corrientes de la vida.

Notas:
(1)  Lacan. J. El Seminario . Libro VII. La ética del Psicoanálisis. Paidos. Bs. As. Pág. 358.
(2)  Freud. S. El Malestar en la Cultura. Tomo XXI. Amorrortu Editores. Bs. As. Pág. 76.
(3)  Lacan. J. Dificultad de vivir. Entrevista publicada por la revista Panorama (Roma) en su número del 21 de diciembre de 1974. En http://www.con-versiones.com.ar/
(4)  Lacan. J. Conferencias y charlas en Universidades Norteamericanas. 1975. Scilicet nº 6/7. Traducción Ricardo Rodriguez ponte. Escuela Freudiana de Buenos Aires. En http://elpsicoanalistalector.blogspot.com.ar/


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