sábado, 24 de septiembre de 2011

El Psicoanálisis frente a las Toxicomanías


“La vida como nos es impuesta, resulta gravosa:
nos trae hartos dolores, desengaños, tareas insolubles.
Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes”.
S. Freud
Para Freud, los “quitapenas” tienen tanta eficacia con respecto al sufrimiento que a lo largo de la historia se les ha asignado un lugar fijo en la economía libidinal. Pero como el sufrimiento hace a la estructura del ser humano, esta eficacia nunca es definitiva.
Tal como afirma E. Galende, el psicoanálisis tiene una política que se caracteriza por interrogar lo establecido, rescatando la singularidad y evitando la fijación a un modelo. No se propone hacer el bien corrigiendo lo desviado, sino que busca la emergencia del decir del sujeto, para que éste pueda acceder a la verdad que lo determina.
Freud decía que las palabras tienen un poder ensalmador, producen efectos en quien las pronuncia y en quien las escucha. El poder está en la palabra y no en el analista. Este artificio que es el psicoanálisis, instrumentaliza la palabra para que algo pueda ser dicho por el sujeto.
Lacan en “Psicoanálisis y medicina” sitúa el discurso psicoanalítico en un lugar problemático. Las especificidades del psicoanálisis hacen que éste ocupe un lugar marginal, de intersticio en relación a otros discursos. Como la medicina, el psicoanálisis se encarga de lo que no anda, la diferencia reside en el tipo de sujeto con el que se trata, en la concepción de salud mental de la que se parte y en el criterio de prevención que se sostiene como posible.
Dentro de las problemáticas actuales, la drogadicción se presenta como objeto de múltiples discursos, objeto de distintas políticas en salud mental. Algunas de estas políticas se contradicen a si mismas: en vez de librar al sujeto que padece, lo terminan de sujetar al padecimiento.
El modelo médico de raíz positivista busca normalizar lo perturbado, con el objetivo de poner fin a toda desviación que repercuta en el individuo y en la sociedad. Dicha pretensión educadora parte de una concepción de sujeto pasivo que debe adecuarse a la realidad, y si es posible, ser útil. Este punto de vista destituye al sujeto como actor de su propia historia, obturando las posibilidades y recursos de los que puede disponer.
La misma sociedad en la que vivimos promociona el paraíso de la solución rápida e inmediata para cualquier problema, solución que se mantiene siempre en un nivel superficial. Pero Freud lo decía desde el comienzo, el psicoanálisis es una psicología de las profundidades.
Si según R. Tostain ser adicto significa ser esclavo por deudas habrá que buscar la forma para que el sujeto pueda pagar, y que ese pago se efectúe de acuerdo con la palabra y no con la carne. Si lo que está intoxicado allí es la palabra, habrá que posibilitar que lo indecible tome la forma del lenguaje.
El abordaje psicoanalítico de las toxicomanías implica salir de la inmediatez, del presente perpetuo y de la búsqueda de una satisfacción sin medida para aceptar los cortes, las escansiones que hacen que lo que sucede no sea siempre igual. Es así que en el tratamiento se apuntará a que la historia del sujeto haga letra y no destino.

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