domingo, 25 de septiembre de 2011

El laberinto de la repetición

Lo que define a cualquier tipo de laberinto
 es la existencia de una salida.
En 1920, S. Freud realizó  modificaciones  teóricas motivado por  ciertas modalidades paradójicas de satisfacción que presentaban sus pacientes. Estas formas de satisfacción no tenían que ver con el placer, sino que los sujetos gozaban de lo displacentero sin saberlo.
Freud encuadró estas formas de placer mortífero en lo que llamó “más allá del principio del placer”. En este terreno podemos situar los sueños traumáticos, las adicciones, las reacciones terapéuticas negativas (el autosaboteo) y las neurosis de destino. En todos estos casos, el sujeto repite algo que es desagradable de manera inconsciente al modo de una compulsión. Comúnmente se suele hablar de “círculos viciosos”.
Lo que  podemos observar en muchas personas es la neurosis de destino, en donde básicamente repetimos la misma conducta o forma de relacionarnos sin saber que participamos en ello. En estos casos solemos culpar al destino, a Dios, argumentando que nunca se tuvo suerte en el amor, en el trabajo, con los amigos o con los estudios. “Todos mis novios fueron celosos”, “todos mis amigos se han ido”, “me fue mal en todos los trabajos que tuve”, “todos los hombres que conocí fueron violentos”, etc.
Es así que sin llegar a ser patológico, basta con arrojar una mirada retrospectiva a nuestra historia para poder detectar que en todas nuestras relaciones amorosas, por ejemplo, hemos elegido o actuado de una misma forma. La forma en que nos comportamos tiene sus raíces en nuestra más tierna infancia, de acuerdo a los modelos que hemos incorporado y a las marcas que los personajes importantes de nuestra historia han dejado.
Podemos ser desafortunados en muchos aspectos y momentos de nuestra vida, pero también poseemos la fortuna de poder cambiar la forma en que nos relacionamos, los modelos a los que nos remitimos, e incluso el cristal con el que miramos la realidad.
Para que se produzca un cambio de vía/vida hay que tomar decisiones, lo cual implica no dejar nuestro devenir en manos del destino. Ya que el destino es un armado singular que solo puede inferirse cuando uno mira hacia atrás y recorre su historia.
Sin embargo, tomar decisiones no es tarea simple. Muchas veces una decisión implica dar un salto, apostar y desatarse de cosas, situaciones o personas a las que uno está enlazado y acostumbrado. Aquí es donde suelen surgir inhibiciones y dificultades, ya que toda decisión deja como resultado una pérdida. Pero salir de la rueda del destino prefijado en donde nos desplazamos automáticamente, tiene una de las mayores ventajas: encontrarse con algo mejor. Cómo podríamos definir lo que es mejor?, es mejor todo aquello que esa persona en particular pueda construir, crear, diseñar de manera autónoma para contribuir a su bienestar.
Nada duele más que ser víctima del destino teniendo la posibilidad de ser un artesano de nuestra propia vida, aunque ello acarree desaciertos, angustia e incertidumbre. El mayor sufrimiento por lo general tiene que ver con quedar detenido mientras las cosas pasan.
En estos casos en donde una suerte de “patrón” se repite y hace pensar que tenemos un destino predeterminado que mortifica, se forma un laberinto cuya salida se encuentra en tres tiempos: primero hay que recordar para no seguir repitiendo, luego hay que elaborar aquello que se repetía y finalmente hay que poder actuar de manera diferente.
Y por supuesto que para poder actuar conforme a nuestro deseo, tenemos que estar presentes en el tiempo y el lugar en donde somos convocados.

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