martes, 17 de octubre de 2017

Carta a Marisa

Querida Marisa:
No tengo ganas de nada porque tenia ganas de todo.
Basto un solo encuentro para que pudiera imaginarme  la vida con vos.
Pero el paisaje se fue poniendo cada vez mas turbio y rugoso.
Ya no sabia donde estaba, con quien estaba, quien era yo estando allí.
Sabía que pasaba algo que no se dijo o no se hizo, pero jamás imagine que eso ponía en riesgo el piso mismo de lo que estábamos queriendo construir.
 Otra vez me encuentro esperando una magia que no se produce.
La magia la hace uno mismo, sin dudas.
¿Todas las chicas son así? Busco alguien que esté en condiciones de amarme, alguien que tenga la misma valentía.
Alguien que pueda hacer cosas y pensarlas junto a mi.
Alguien que sueñe con las mismas cosas, los mismos paisajes.
Alguien que no tenga cuentas pendientes con el pasado, ni con el presente.
Alguien que me quiera por lo que soy, aunque sepa de mis imperfecciones.
Alguien que quiera verme sin poner ninguna excusa, ningún obstáculo.
Alguien que necesite satisfacer la necesidad de conocimiento, sensación y similitud.
Alguien que no me haga dudar de mi propio amor, alguien que soporte la forma de expresarme, y mi forma de vida, mi trabajo, mis estados de ánimo.
Alguien que pueda conectar conmigo en tanto ser, si es que soy algo, soy movimiento constante.
Alguien que este dispuesta a recibir una compañía decidida y estable, un tiempo acelerado y firme, alguien que quiera proyectarse.
Y claro que me gustaría que en este mismo momento algo pasara, algo como una coincidencia, una prueba de amor, que te aparezcas así, con lo puesto.
Pero no sos amiga de las sorpresas, demasiado estructurada, demasiado predecible. Demasiado moralista, demasiado insegura.
O al menos que preguntes, si te necesito, si quiero verte, si te extraño, si podes venir, no lo se. Pero tu cabeza no da vueltas como la mia. Vos no rotas en tu cama por las noches, dormis plácidamente. Y tal vez estés pensando en ese tipo que te dejó hace tanto tiempo ya.
Y que hacer mas que llorar un poco y dejarte ir, como la lluvia cuando va parando y deja todo mojado.
Como la última nota antes de que termine una hermosa canción.
Como el último trazo de un dibujo, o el punto final de un trabajo escrito.
Ninguna metáfora sirve ya para aliviar o distorsionar esto: Marisa, me cansé de tus idas y venidas.
La poesía ya no encaja con nosotros, la melodía menos.
Solo queda un silencio idiota y real, que es lo único que se puede hacer.




Un nuevo amor

No quería caer de nuevo en este tipo de situaciones incómodas en donde me olvido de todo solo para pensar en mi nuevo amor.
Sobre todo porque tengo cosas que hacer, cosas que parecen ser millones, interminables… cuando solo quiero escuchar música y sentir.
Sentir no se qué clase de conexión anómala, inédita y como mínimo, preocupante. Solo espero verlo y saber que es real. ¿Cuanto tiempo necesito para descubrirlo? ¿y para saber que esto es real?.
Justo cuando no creo que sea cierto, cuando pienso que es mi cabeza la que arma historias de amor de películas con finales perfectos, el aparece.
Pero así como se presenta, tan seguro y confiado, así se va.
El tiene su vida…y yo también, pero algo pasa cuando siento que se va. Algo como querer que nuestras vidas se crucen y se entrelacen hasta un punto en donde la duda ya no pueda cortar los hilos.
Y me pregunto si eso es lo que quiero, comprometerme así… con qué necesidad alguien querría conectar la vida propia con una ajena, otra vida que resultaría extraña.
Sería anormal si no sintiera este odio por haber caído, otra vez, en la trampa del amor. Otra vez me encuentro a mi misma mirándolo como tonta. Y sé que soy tonta en todo momento, no solo cuando está conmigo sino cuando él se va. Cuando yo me voy siento paz, porque necesito procesar todo eso, eso que no se lo que es. Odio sentir demás, y utilizar palabras o frases inútiles como por ejemplo: “el me abraza como si yo fuera suya”.
Respeto el hecho de que me salga decirlo así, pero eso no quita que sea realmente imbécil usar esas palabras. Me suena cursi, trillado y tonto. Además encierra un sentido de posesión bastante ridículo.
El amor es una verdadera tontería, tal vez sea la única tontería verdadera, porque cuando se vuelve serio  no deja de generar cambios por todas partes.
Después de todo, ¿para qué la gente se pone en pareja? ¿Con que necesidad se junta?.
Mi modelo ideal sería la soledad, situación en donde uno está a salvo de todo sufrimiento derivado del amor. Uno no arriesga, no gana, no pierde, solo convive con lo que tiene, sin perder nada más que su propio tiempo.
Pero ahora lejos estoy de esa situación soñada de autosuficiencia y libertad, ahora pienso en alguien, y pienso en él de una manera rara, como si formara parte de mi.

Por supuesto, hay varios motivos para pensar que es un delirio: poco tiempo, poco conocimiento, poco de todo menos de sensación. Eso sí que es raro, considerando que estoy hecha de hielo. O tal vez no es que sea de hielo, tal vez simplemente soy una persona reservada. Tal vez mi nivel de sensación tiene que ser suficientemente alto como para querer renunciar a mi adorada soledad. Tal vez no tenga que preocuparme tanto, tal vez solo tenga que disfrutar de este nuevo amor.

Deseo de saber

Deseo de saber
S. Freud estableció la relación de transferencia como una de las bases del psicoanálisis. El analista orienta su escucha en función de la atención flotante, el paciente recibe la propuesta de asociar libremente, pero no le será sencillo dejarse tomar por esta regla fundamental.
El psicoanálisis parte del supuesto de que la palabra tiene consecuencias, y de que por este motivo, es posible cambiar de discurso. La entrada en un análisis implica ya un cambio de discurso que J. Lacan asoció con una “histerización”, en esta circunstancia, el sujeto queda vinculado al saber inconsciente, es motivado por un deseo de saber.
¿Saber acerca de qué?, al principio puede que el sujeto haya consultado con un psicólogo para aliviar su malestar, cosa distinta es cuando el sujeto es orientado por un deseo de saber. Saber acerca de lo que le pasa, saber porque le pasa, saber que es lo que necesita para estar mejor. Por lo tanto, en las entrevistas preliminares podrá recortarse una demanda de solución del síntoma, que luego podrá o no transformarse en una demanda de análisis.
En este pasaje, de las entrevistas al análisis, el analista sostiene la demanda de solución sintomática que trae el sujeto pero sin satisfacerla. Si bien el análisis estará orientado a la cura, su eje no será la cura del síntoma concreto sino un cambio de posición del sujeto en relación a su propio saber inconsciente. Es este cambio, el que provoca la caída del síntoma como un fenómeno indirecto.
El hecho de que un análisis apunte a producir un cambio en la posición misma del sujeto, es decir, un cambio en relación a la historia de aquellas significaciones que lo han comandado, implica la caída más o menos estable de los síntomas, como efecto correlativo de un cambio de sentido.
De este modo, “-la transferencia no es la puesta en acto de una ilusión que, según se supone, nos lleva a esa identificación alienante que es la de cualquier conformización, así fuera a un modelo ideal, modelo al que en ningún caso, además, puede servir de soporte el analista-, la transferencia es la puesta en acto de la realidad del inconsciente” (Lacan, 2011, p. 152).
La realidad del inconsciente es una realidad sexual, insistente y repetitiva. Si nos remitimos al seminario La Angustia, la transferencia es la puesta en acto de la forma singular en que el sujeto ha organizado su erótica. Esta consideración conduce a la relación tan particular y problemática del sujeto con el objeto  causa de deseo.
En otros términos, en un análisis el sujeto volverá a formular su pregunta por el lugar que ocupa en el deseo del Otro, pregunta esencial en lo que respecta a la existencia misma del sujeto en el discurso.
En este marco, la ética del psicoanálisis es una ética del deseo que concibe el bienestar del sujeto como una construcción a medida, producto de un trabajo singular. En este sentido es que un análisis no va a estar orientado por criterios adaptativos ni moralistas del bienestar, sino por las coordenadas singulares de cada sujeto. La ética del psicoanálisis contempla la posibilidad de que el sujeto acceda a un mayor bienestar, sería algo necio creer que el psicoanálisis no busca aliviar el sufrimiento humano.
El punto diferencial con otros abordajes del sufrimiento reside en que tal bienestar está lejos de la completud y la universalización: el bienestar del sujeto estará marcado por la aceptación de la realidad del inconsciente. Aquí surge una cuestión que Lacan formula en distintos términos, por un lado, va a situar la indeterminación del sujeto y por otro lado, la no-relación sexual como la verdad del inconsciente.
De este modo, lo que realmente “alivia” es poder reconocer que la existencia es algo indeterminado y que no hay complementariedad sexual. Es por esta razón que el bienestar del sujeto deviene producto de un trabajo en relación a este reconocimiento, se trata del trabajo de soportar tal realidad para poder “arreglárselas” con ella.
Otro elemento que Lacan destaca, se refiere al núcleo de la transferencia. Tal núcleo reside en el vínculo que se establece entre el deseo del sujeto y el deseo del analista: “La transferencia es un fenómeno que incluye juntos al sujeto y al analista (…) La transferencia es un fenómeno esencial ligado al deseo como fenómeno nodal del ser humano” (Lacan, 2011, p.239). El deseo del analista será un deseo vaciado de consistencia, es decir, será un deseo de que el sujeto se encuentre con su deseo. Lacan lo formula de esta manera: “Allí es donde está citado el analista. En la medida en que se supone que el analista sabe, se supone que irá al encuentro del deseo inconsciente (…) el deseo es el eje, el pivote, el mango, el martillo, gracias al cual se aplica el elemento-fuerza, la inercia, que hay tras lo que se formula primero, en el discurso del paciente, como demanda, o sea, la transferencia. El eje, el punto común de esta hacha de doble filo es el deseo del analista, que designo aquí como una función esencial” (Ibid, p. 243).

La llamada transferencia es un medio para alcanzar un saber que de otro modo resultaría inaccesible. Es el acceso a este saber lo que permite a cada quien construir, modificar y reformular su relación con la realidad.

Referencias Bibliográficas:
-Lacan J. (2011) El Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidos.
-Lacan J (1973-1974) El Seminario XXI: Los no incautos yerran o los nombres del padre. Inédito. Traducción: Irene M. Agoff de Ramos.
-Lacan J. (2006) El Seminario X: La angustia. Buenos Aires. Paidos.

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