Freud en Interpretación
de los sueños decía que nuestro psiquismo funciona de acuerdo a una serie
de procesos. Los estímulos del mundo exterior ingresan al aparato psíquico por
el polo perceptivo, algo de ese material nuevo se inscribe en la memoria y luego
se produce una descarga en el polo motor. Como toda teoría, ésta revela una forma
ideal.
El problema humano consiste en que los estímulos
dejan marcas, y esas marcas no son la copia fiel de lo percibido. Muchas veces
se busca registrar un suceso en forma íntegra y racional, o bien se pretende
borrar las marcas que un episodio ha dejado. Pero nuestro sistema de
conocimiento no está hecho de esa manera, ya que en toda vivencia acecha lo que
en psicoanálisis se llama “el sujeto del inconsciente”, se trata de un pensador
que suele recordar más allá de la voluntad que uno tenga por olvidar.
Este sujeto se forma en base las primeras
marcas que han quedado en la memoria, el germen del sujeto esta hecho de
restos, pedazos de realidad que se interpretan de manera singular y se
registran en lo inconsciente.
No hay muchas formas de registro,
lamentablemente. Solo tenemos la palabra y la imagen. Es una función de la
psiquis, la de registrar al menos algo de lo que vivimos.
Como la realidad es tan compleja, solo nos
podemos conformar con recuerdos fragmentarios pero siempre significativos. Y no
solo eso, todo lo que podemos percibir, se inscribe de forma múltiple en
distintos sistemas que funcionan de acuerdo a leyes diferentes.
Por esta razón, lo que recordamos conscientemente
y con facilidad, difiere de lo que recordamos mediante un análisis. Los
recuerdos inconscientes que se vuelven accesibles en un trabajo de análisis
suelen ser sorpresivos. Se trata de cosas que pensamos olvidadas o bien
inexistentes.
Otro dilema, que depende de esta división
interna característica de nuestro psiquismo, tiene que ver con el terreno en
que el ser humano se desenvuelve: la paradoja.
Lo que es positivo para un sistema (por
ejemplo lo inconsciente) es negativo para el otro (la consciencia). Entonces
las frases del tipo “quiero pero no puedo”,
“si pero no”, “por un lado sé que es lo mejor pero por el otro sé que no me
conviene”, “esto me hace mal pero no puedo dejar de hacerlo”, “sé que ya no
está pero para mí sigue estando”. El listado de ejemplos es muy amplio y
probablemente no tenga fin.
Cualquier persona podría detectar sin mucho
esfuerzo algunas contradicciones: entre contenidos de una misma idea, entre una
idea y otra idea, o entre una idea y un acto. Es muy común entonces, querer
olvidar lo inolvidable.
En el caso de nuestro pobre aparato psíquico,
querer olvidar algo importante para el sujeto no solo que es imposible, si no
que está prohibido. Por eso cuando nos empecinamos en olvidar algo relevante,
eso retorna con más fuerza. Es la tan conocida postura de “aquí no ha pasado nada”. Cuanto más nos esforzamos en borrar las
huellas, más chiquero hacemos. Tiene lógica.
Hay cosas en la vida que no se pueden eludir,
y el ser humano no es tan valiente como parece. Digamos que la valentía de la
humanidad se presenta solo en algunas ocasiones. En aquellos momentos de los
descubrimientos científicos y técnicos, en el exterminio del otro diferente, y
por supuesto, cuando alguien toma una decisión importante.
El resto del tiempo, somos más bien cobardes
o por lo menos miedosos. Ante la mínima angustia, emprendemos la retirada. Ante
la más débil insinuación de lo novedoso, nos protegemos. Cuando surgen las
contradicciones, por lo general cuesta decidirse por la opción correcta, uno
prefiere la salida más cómoda y segura.
Pero esa hermosa comodidad que creemos
encontrar deja de aliviarnos cuando el sujeto vuelve con sus requerimientos, es
decir, con el recuerdo. ¿Como saber lo que es correcto?. Una pista: la salida más cómoda no suele ser la indicada. Lo correcto es hacer lo que uno
desea desde el lugar de sujeto, esto es, lo que quiere verdaderamente.
Por la forma en que estamos hechos, a ese
deseo hay que descubrirlo. Hacer lo que
uno quiere verdaderamente es un acto de valentía porque siempre implica
recordar lo que no queremos recordar, reconocer lo que no quisiéramos
reconocer, y sobre todo, prescindir del resguardo que los otros brindan (estos
otros pueden ser personas o ideales).
El olvido es algo soñado, anhelado y hasta
perseguido desesperadamente. ¿Por qué no nos olvidamos?, la pregunta sería
otra: ¿por que queremos olvidar algo que forma parte de nuestra historia y la
determina?.
Mi querido Freud había dicho que el auténtico
placer sobrevenía cuando uno dejaba de repetir fragmentos olvidados de su vida.
Y para dejar de repetir el secreto era recordar. Solo así sería posible
alcanzar el tan ansiado olvido. ¿Por qué no nos olvidamos?, por que no
recordamos.
Pero hay decirlo, no basta con recordar eso
que se repite, hay que hacer algo con ese recuerdo. El sujeto sabrá decidir que
debe hacer con lo que ha recordado, encontrará la manera de transformar ese
recuerdo si trabaja para eso.