Artículo para la Revista Salud y Trabajo
La princesa está triste…y no come
Paula F. Lucero. Psicóloga Psicoanalista – 5409
“¡Pobrecita
princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real”. Rubén Darío
Nuestra
época se caracteriza por el permanente surgimiento de lo nuevo. Vemos desfilar
ante nuestros ojos los más variados y atractivos objetos de consumo. El
predominio de la novedad supone una sustitución constante de un objeto por
otro, generando la ilusión de que no hay
intervalos. La ciencia y la tecnología fueron estableciendo sólidas relaciones
con la medicina, de modo que, en lo que respecta al cuerpo, su forma y su
imagen, parecería que todo es posible. El producto de esta renovación del
cuerpo, suele revelar cierta homogeneidad estética que testimonia la reproducción
y el consumo masivo de un modelo.
Pero
esta apelación a la imagen como objeto no siempre precisa de la cirugía
estética para cristalizarse. A pesar de los avances tecnológicos, impensables
en la Edad Media, hoy somos testigos de una proliferación de princesas posmodernas que no comen.
Se
trata de una posición subjetiva que define una forma de vivir. En esta
aspiración a ser princesa, puede observarse una actualización de ciertos mitos
medievales. Este designio, parece reunir elementos de distintos momentos
históricos: el sometimiento a una ley arbitraria de estilo medieval y el ideal de pureza (Z. Bauman) y perfección
posmoderna.
Al
inicio de este anhelo, se establece una especie de diálogo epocal, filosófico e
inconsciente. Se genera así un imaginario que muchas jóvenes tienden a encarnar
en el cuerpo propio bajo la forma de anorexia o bulimia. Dicho imaginario
encierra una creencia en la felicidad absoluta, estado sin contrastes que se podría
alcanzar mediante una modificación extrema del cuerpo.
Como
recurso desesperado del sujeto y reflejo de lo que no anda en los lazos sociales,
la anorexia y la bulimia se constituyen como discurso y denuncia; querella ante
un exceso de ideales, exceso de expectativas, exceso de cuidados; que más que
revelar un “trastorno de de la alimentación”, evidencia un cortocircuito en la
relación del sujeto con el Otro simbólico.
Si
bien las jóvenes princesas hablan de su tristeza aludiendo a lo que les
faltaría para volver a estar felices, es precisamente la falta lo que debe ser simbolizado. La princesa está triste,
diría Rubén Darío, porque se enfrenta con un vacío que aún no fue inscripto
como falta simbólica. Y ya lo diría Lacan, aquello que no está en lo simbólico
suele aparecer en lo real. En el caso de estas jóvenes, se traduce en un
vaciamiento a nivel del cuerpo.
A
diferencia de la concepción romántica que W. Disney ha transmitido, la vida de
una princesa era cuanto menos sacrificada. Desde su nacimiento, las jóvenes cargaban
con el peso de un destino prefijado por los reyes. Las princesas estaban
obligadas a mantenerse bellas, impecables, y luego, debían casarse para poder generar
descendientes varones. Por otra parte, las princesas eran observadas,
vigiladas, y hasta vestidas. Se hacía y se elegía por ellas. Concluimos en que
todo el sistema político e ideológico de la monarquía dejaba muy poco espacio
para el placer y la libertad.
La
princesa es la más bella del reino, la más pura pero también la más sufrida. Si
hay algo que una princesa sacrifica es su deseo.
Este
es el punto que permite pensar la anorexia y la bulimia como dos posibilidades
que se organizan en torno a este elevado ideal de perfección y belleza de
princesa. Paradójicamante, la perfección buscada por estas jóvenes no es aceptada
socialmente, la hazaña en la que se embarcan es a nivel de la existencia y
puede formularse como “ser perfecta hasta los huesos”.
Una
vez emprendido el viaje hacia el reino imposible, lejos queda la alegría y aspecto
rozagante de la princesa de cuento. La eliminación de la carne como punto de
referencia al final del camino, saca a relucir la opacidad que el sujeto
comienza a mostrar en su relación con la vida.
Asumida
la posición de princesa, el goce toma el terreno del deseo. La singularidad se
desdibuja en la persecución de una homogeneidad de revista.
Es
así que, como afirma Lacan, estas posiciones discursivas revelan un goce nostálgico
que el sujeto no puede resignar. Justamente, la nostalgia por lo perdido indica
que dicha pérdida no fue inscripta como tal.
El
trabajo clínico con estas “Patologías del amor” (M. Recalcati) involucra un
sinuoso camino de búsqueda y reencuentro de nombres propios, que habrá que
extraer del enjambre de decires familiares. El fin de este proceso es que el
sujeto pueda ocupar lugares más interesantes y tener una vida con mayores
libertades.
Las
curas en las anorexias y bulimias demuestran que no basta con recibir dones de
todo tipo cual Bella Durmiente, sino que es necesario que el sujeto tome como
propio o no, aquello que se le ha otorgado en su nacimiento. Ya lo había dicho
Freud citando a Goethe: “Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para
poseerlo”.
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